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Se busca a Luis el Cabrón

LOS marianistas están que no duermen, presos de una obsesión conspirativa, y en la vigilia brumosa del insomnio se les aparece, con el perfil inquietante y sombrío de un aguafuerte goyesco, el difuso fantasma de Luis el Cabrón. Así llamaban los corruptos de la Gürtel, en las notas de su pringosa contabilidad paralela, a uno de los recipiendarios de dinero sospechoso, a quien el juez Garzón adjudicó en el «dramatis personae» del sumario la identidad civil de Luis Bárcenas. A estas alturas nadie duda en el PP de que se trate del susodicho, quizá porque en efecto lo consideran un cabrón con patas como los que se aparecían en los akelarres de las brujas, dispuesto a fastidiarle al partido el pasodoble de la euforia. Sólo Bárcenas, que desde luego no ganará concursos de simpatía, rebate con denuedo su ominoso remoquete y se dice dispuesto a encontrar, como el conde de Montecristo, al verdadero culpable. Incluso cree haberlo hallado en la personalidad de cierto intermediario de Madrid habitual de los tejemanejes financieros; también sostiene que él no es el L.B. de los apuntes de Correa y sus muchachos, y busca indicios de otro empresario con nombre de pintor flamenco para preparar su defensa en torno al principio de la duda razonable.

Sea como fuere, el terco tesorero ha sembrado de nervios las filas populares, que piafan de impaciencia en torno a un Rajoy estatuario. El lunes, en la cena de los Cavia, el gallego habló en los corrillos con la ambigüedad de un oráculo: «los tiempos y las prioridades», repetía, «los tiempos y las prioridades». Tiene el partido como un flan y parece que empieza a gustarle el papel de patriarca impávido. Quizás esté utilizando a Bárcenas como fusible, como un escudo, sabedor de que en el fondo no es a Bárcenas a quien persiguen los conspiradores. Si lo echa a los leones éstos no se entretendrán un minuto en devorarlo; buscan, los de fuera y los de dentro, carne de mayor enjundia.

Andaba por allí Aznar, bromeando con el Rey que no se atrevía a encender un puro. Uno de los patricios me lo señaló en un aparte: «a ése le duraría Bárcenas un suspiro si se atreviese a chulearlo». Le respondí, por provocar, que fue en tiempos del César cuando los corruptos le llevaban dinero a Luis el Cabrón, sea quien sea, aunque los tiros no van por ahí; Bárcenas puede saber muchas cosas, pero no parece de los que sueltan mierda para taparse. Por si acaso, en la planta noble de Génova 13 han consultado a Álvaro Lapuerta, el anterior tesorero, un «pata negra», y éste ha meneado la cabeza como los hombres de respeto de Sicilia: su proahijado no soltará prenda. No al menos sobre nada que comprometa al núcleo duro.

Pero acaso otros no estén tan tranquilos y por eso conspiran para meter presión desde sus zonas de sombra. El cainismo siempre deja pendientes deudas, y un hombre acorralado puede cobrarse a destiempo alguna cabronada.

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