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La coña en bicicleta

BARCELONA, Ciudad Ciclista, cuenta, en estos momentos, con tres velódromos. El primero es un entrañable establecimiento de nuestros ocios, billares y ensaladilla rusa con cervecita que ha reabierto sus puertas para regocijo ciudadano. El otro, el Velódromo de Horta, es un espacio de los buenos tiempos del 92 que languidece y el tercero, es el vasto dominio del alcalde Hereu: toda la ciudad, calzadas y aceras ocupadas por ciclistas.

Que el Tour de France pase por Barcelona no debería ser un acontecimiento merecedor de primera página. En esta ciudad, el Tour se celebra cada día. Quienes padecemos el caos ecociclista vivimos etapas de montaña, contra-reloj y sprints continuos que ponen en riesgo la integridad de paseante. Ahora sólo faltaba que el Ayuntamiento nos ponga como figurantes aplaudiendo a los esforzados -y esperemos que no dopados- corredores de la ronda francesa los próximos 9 y 10 de julio. Como aquel dicho catalán de «ser cornut i pagar el jeure» ahora pretenden que posemos cual pioneros cubanos o juventudes del Konsomol: miles de banderitas saludando a los héroes de la pista. La coña en bicicleta.

Y, por si no nos damos por enterados, el consistorio ha decorado los guardabarros del Bicing atropellador con pegatinas amarillas alusivas. El Bicing, pues, se identifica con el Tour, aunque siga sin identificar a algunos incívicos usuarios. Como se sabe, en Barcelona los ciclistas gozan de impunidad y, a diferencia de automovilistas y peatones, están exentos de responsabilidad civil si cometen alguna irregularidad vial. Gracias a los desvelos del alcalde Hereu, los 188.000 usuarios del Bicing componen una casta que goza de privilegios vedados al resto de barceloneses. Si te embisten no los podrás denunciar porque no hay matrícula ni placa que los identifique; si te quejas, prepárate para los insultos o el pitorreo de quien se sabe con patente de corso. Entre los actos de jolgorio ciclópedico, el ayuntamiento organizó el pasado viernes unas 24 Horas Ciclistas de Montjuïc que no hacían puñetera falta, ya que, como hemos dicho, ese es el régimen de vida de la Ciudad Pedal.

Hasta el próximo domingo, los ciclistas exhibirán con jactancia el distintivo del Tour mientras nos asedian en cualquier esquina; se sentirán tan orgullosos como si coronaran el Alpe d´Huez o cruzaran triunfales el Arco del Triunfo parisino. Presa de la fiebre amarilla, la Ciudad Ciclista vive su cénit e intenta batir el récord Guinness con medio millar de bicicletas -tan felizmente estéticas como estáticas- en otro Arco del Triunfo del paseo Lluís Companys con la mayor clase de spínning de la Historia.

Supondremos que ahí estará nuestro alcalde Hereu pedaleando para rebajar kilos. Miles de ciclistas le agradecerán la consagración de Barcelona como Ciudad Velódromo. Y el transeúnte quejoso, que se chinche.

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