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Justicia gaseosa

DOSCIENTOS días. Eso es lo que ha tardado la justicia americana en dictar sentencia sobre la estafa piramidal de Bernard Madoff y dejar caer sobre la cabeza (¿de turco?) del timador una condena equivalente a la cadena perpetua. Se puede pensar si el reo habría recibido un veredicto tan duro en el caso de haber estafado a gente del común en vez de a una constelación planetaria de millonarios deslumbrados por el brillo del dinero fácil, pero lo que resulta indiscutible es la celeridad ejemplar con que el sistema ha evacuado la depuración del fraude, incluyendo la reparación parcial de los daños causados a la clientela a través de una forzosa negociación bancaria. En los primeros seis meses de un proceso de esa envergadura, la justicia española apenas tendría tiempo para las diligencias previas y los recursos preliminares, y pasarían años antes de que las víctimas supiesen apenas el paradero de sus evaporados caudales.

No es especulación; los clientes de Fórum y Afinsa aún no saben cuánto dinero han extraviado, ni siquiera si han sido o no objetos de estafa. Diluido el efecto mediático del escándalo y disipada la posibilidad de encontrar en él piezas de caza mayor política, el caso parece haber perdido prioridad para descaminarse entre los recovecos polvorientos del kafkiano castillo judicial español, donde yacen amontonados sumarios de corrupción, pleitos indemnizatorios, contenciosos de larga duración y hasta escalofriantes procesos penales. Algunos de esos aletargados expedientes fueron en su día instruidos bajo el irónico epígrafe del procedimiento abreviado.

Eso sí, los comienzos de cada causa resultan de lo más prometedores. En esos arranques efervescentes con multitudinarios «paseíllos» de juzgado se arruinan reputaciones, se siembran incertidumbres, se ejecutan sumarísimos veredictos de opinión pública y se aplica a los sospechosos pena de telediario. Luego se va perdiendo el gas en un frufrú decadente de burbujas que acaba en un perezoso desmadejamiento disimulado en trámites garantistas, y al cabo de los años, si es que antes el papeleo no se empantana en archivazo, se presenta ante el tribunal un demacrado montepío de canas en busca de un remedo de justicia tardía. Acaso de esa costumbre dilatoria provenga la afición de ciertos magistrados por remover fosas de la guerra (in)civil y hasta pedir el certificado de defunción de Franco; acostumbrados a su propio ritmo deben de pensar que están desatascando urgencias. Con esta justicia de ultratumba no es improbable que en la vista del presunto fraude filatélico acaben declarando algunos herederos de los inversores que hoy siguen preguntándose por el borroso destino de sus ahorros malogrados. Aquí un tipo como Madoff, que tiene 70 años, necesitaría tres vidas para llegar a sentarse en el banquillo de acusados.

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