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Franco ha muerto

MIENTRAS Alberto Ruiz Gallardón, muy astuto, cumplía en La Granja de San Ildefonso con sus compromisos rectores en el PP -¡todo por el centro!-, el Pleno del Ayuntamiento de Madrid aprobó, por unanimidad, retirar todos los honores que, en su día, la ciudad le concedió al anterior Jefe del Estado. En un ridículo juego de moviola histórica, concordante con la saña que inspira a José Luis Rodríguez Zapatero, a Francisco Franco ya no le corresponde la Medalla de Oro que le concedió el concejo que presidía Alberto Alcocer, ni la de Honor que firmó el conde de Santa María de Babio. También ha dejado de ser Hijo Adoptivo de Madrid, como proclamó otro pleno presidido por el conde de Mayalde. La iniciativa de arrancarle unas cuantas páginas al libro de la Historia matritense, como cualquiera puede imaginar, la tomó IU, quizá para dar fe de su existencia, y fue secundada con entusiasmo por los concejales del PP y del PSOE, que también estuvieron de acuerdo en negarle a Carmen Polo de Franco el título de Hija Adoptiva, que «mereció», dicho sea de paso, antes que su marido.

Cuando Madrid, según las quintillas de Nicolás Fernández de Moratín, era «castillo famoso que al rey moro alivia el miedo», se alanceaban toros en su Plaza Mayor; pero esto de alancear difuntos, tan zafio e inútil, tiene menos garbo y ninguna gracia. Gallardón no es «el bravo alcaide Aliatar/ de la hermosa Zaida amante...», ni sus ediles merecen el sonar ruidoso, entre solemne y bullanguero, de los añafiles y los atabales. Una capital cuajada de obras insoportables, ensimismada en una tómbola olímpica en lugar de estarlo con un proyecto cívico y urbanístico de más enjundia y menos linimento, no debiera perder el tiempo de su máximo y más representativo órgano rector en darle al pasado pellizcos de monja. Quienes han gestionado, y gestionan, la ciudad más endeudada de Europa -posiblemente del mundo- y llevan amontonado un debe cercano a los 6.000 millones de euros habrían de mostrarse, aunque sólo fuere por guardar las apariencias, más sesudos y equilibrados. En razón de la biología y en aras del sistema educativo, más de la mitad de los madrileños, los menores de 35 años, no saben quién fue Franco y la otra mitad le tenemos tan distante como a Recaredo o Chindasvinto. ¿Hacen falta tanta pompa y tanto gasto, tanta obra y tantísimo boato para tomar razón de que Franco ha muerto?

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