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El golpe de Honduras tiene las horas contadas

El golpe de Estado asestado hace apenas unas horas en Honduras resucita los fantasmas de las dictaduras Iberoamericanas de los años 70. Década ominosa entre otros países en Chile, Argentina, Uruguay, Brasil o Paraguay, la fuerza bruta de las Fuerzas Armadas, en muchas ocasiones animadas por el soplo de Washington, se impuso a la ley y al orden constitucional dando paso a sangrientas dictaduras.

Parecería que la historia, con todos los matices que se quiera, intenta repetirse en la figura de Manuel Zelaya cuyo futuro y el de su país, a estas horas, es incierto. Dicho esto, cuesta trabajo imaginar un regreso al pasado en Honduras o en cualquier otra nación del continente con el Ejército en primera línea del Ejecutivo. Las formas y los tiempos son otros y hoy en día la imagen de los tanques en las calles de Tegucigalpa y la idea de ver un uniforme verde oliva en el Ejecutivo, no podría soportarse. El golpe, se mire como se mire, tiene las horas contadas y no tiene ni debe tener futuro. Ni la OEA, ni el resto de las organizaciones y organismos internacionales van a tolerar un gobierno de facto en el 2009.

Dicho esto y sin olvidar que el mandato de Zelaya vencía en el mes de enero, no está de más repasar, en este contexto, las figuras de a Hugo Chávez y del, de momento inmortal, Fidel Castro. Ambos conforman el círculo de amistades peligrosas a las que se abrazó Zelaya generando una desconfianza sin fronteras sobre sus verdaderas intenciones de permanecer en el poder.

El referéndum que había convocado para hoy mismo, donde Honduras debía decidir si aceptaba una reforma constitucional para habilitar la reelección presidencial, es el primer capítulo del libro escrito de puño y letra por Hugo Chávez y seguido a pies juntillas por Evo Morales en Bolivia y con algo más de independencia, por Rafael Correa en Ecuador. Su empecinamiento en mantener esa convocatoria en medio de un malestar popular creciente, sumado a la destitución del jefe del Estado Mayor, el general Romeo Vázquez, era un verdadero despropósito. La imagen de sus seguidores instalados, materialmente, entre los salones del Palacio Presidencial, resultaba, cuando menos, ridícula. Pero todas las torpezas, amagos de abuso de poder y abrazos de oso con Chávez, que ya pasó por un trance similar al suyo, no justifican la fuerza bruta de unas Fuerzas Armadas que deben sumisión y respeto al jefe del Estado, aunque sea alguien como Zelaya.

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