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Brotes rojos

HA sido el primer muerto para el lendakari Patxi López, pero eso no cambia nada. Si acaso, el asesinato de Arrigorriaga debería servir para enfriar el voluntarismo de quienes desde que fracasó el malhadado proceso de «pazzzzzzzz» siempre permanecen dispuestos a atisbar brotes verdes de diálogo donde sólo existen los amargos brotes rojos de la sangre. O para remover un poco la conciencia de esos impolutos magistrados constitucionalistas que decidieron abrir paso a una lista de mamporreros del terror. O para frenar los impulsos de beatificación de Otegi y sus colegas que parecen asaltar a algunos biempensantes de la izquierda caviar. Por lo demás, esta nueva muerte inútil sólo indica que todo sigue igual. Que queda un largo trecho, un difícil camino de dolor y de rabia, aunque objetivamente ahora sea menos complicado de recorrer bajo la determinación común de combatir sin fisuras.

El crimen de ayer viene a recordar, por si a alguien se le hubiese olvidado, que en el País Vasco no gobierna una alianza antinacionalista, sino una coalición de víctimas unidas por una trayectoria de sufrimiento. Víctimas vascas, como Eduardo Puelles, amenazadas por verdugos vascos que se arrogan desde un delirio totalitario el derecho de decidir sobre las vidas ajenas. Nada nuevo en los últimos cuarenta años. Lo nuevo es que ahora, al menos, esas víctimas han expresado desde el espacio democrático su voluntad de defenderse. Y van a hacerlo; se ha acabado el tiempo de las impunidades morales.

Hay tarea para el nuevo Gobierno de Patxi López. La principal, achicar ese ámbito de complicidad en el que encuentran amparo los asesinos. Para matar a Puelles no bastaba con la mano criminal que puso la bomba bajo su coche; ha habido ojos que espiaban sus pasos, dedos que señalaban sus hábitos, miradas que marcaban sus desplazamientos, mentes que han amparado la intención canallesca de los asesinos. Es en ese territorio de viscosa connivencia ciudadana donde tiene que moverse ahora una Ertzaintza que hasta anteayer recibía consignas de desatender su primordial obligación de vigilancia. Es ahí, en ese sórdido espacio de delaciones y cobijos, en esa turbia amalgama de cooperación silenciosa con el lado oscuro, donde más pronto y con más eficacia puede notarse el salto cualitativo que supone el cambio en el poder autonómico.

El nuevo lendakari recibió ayer su bautismo de luto. Nada que no esperase, por otro lado; López ha visto caer a tantos compañeros, a tantos amigos, a tantos conciudadanos que lo raro es que durante un tiempo llegase a parecer que se le había olvidado. El asesinato de Eduardo Puelles viene a manifestar que todo sigue más o menos igual, pero el cargo con que lo sufre Patxi López permite atisbar que todo puede empezar a ser distinto.

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