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Un recital catalán de vista gorda

LA miraíta es lo contrario de la vista gorda. La miraíta es algo muy de mi tierra sevillana. La solidaridad de la mirada. Dejas el coche en doble fila para entrar a comprar una medicina en una botica, y a la madre que está sentada en un banco con el cochecapota de su niño chico, le dices:

-Señora, ¿quiere usted echarle una miraíta y me avisa si ve usted venir al guardia con la libreta de las multas?

La miraíta es la más elemental forma de vigilancia y seguridad a cargo de particulares. Nos convierte en voluntarios de un somatén inmaterial. Es la vista menuda y atenta. Todo lo contrario de la vista gorda. Y la miraíta es lo que presentíamos que los erchainas de las Vascongadas tenían prohibido echar a la ETA, con la política oficial de vista gorda del PNV. A la ETA, ni echarle una miraíta. Lo presentíamos, y ahora lo han reconocido un suboficial y un agente de aquella Policía Autónoma: «Hemos recibido órdenes directas y superiores para no actuar contra ETA y su entorno. Hemos tenido las manos atadas durante muchos años». Vamos, que no les dejaban que a los oteguis, a los terneras y a las nekanes les echaran ni una miraíta.

Eso ocurría en las Vascongadas y con la Erchanza o como se diga. Me temo que en Cataluña esté pasando lo mismo con los mozos de escuadra. Con la diferencia de que como aún no ha habido cambio, no habrá mozo de escuadra que diga que con la política oficial de vista gorda no les dejan ni echar una miraíta a los independentistas radicales, a las juventudes de ERC y demás gentuza quemabanderas. Yo creo que lo de Cataluña es igual que lo que han denunciado los erchainas, mas sin que nadie tire de la manta. Lo digo por experiencia. Lo he visto con estos ojos. En San Feliù de Guíxols. Hace dos semanas, José Manuel Lara y Consuelo Piris, marqueses del Pedroso, nos invitaron a la maravillosa boda de su hija Ángela. Fuimos un grupo de amigos sevillanos, que nos quedamos de piedra (románica) cuando vimos que ante la puerta del hermoso monasterio, junto al público que se agolpaba para ver llegar un «Hola» viviente, campaba a sus anchas, ante la vista gorda de los mozos de escuadra, un grupo de desharrapados con mucha mierda encima, una bandera independentista y una pancarta contra la Monarquía, gritando si hay que gritar, insultando a los invitados. Los más escépticos pensamos:

-Será que esto de que vengan los independentistas a fastidiarlas es una tradición de las buenas bodas catalanas.

Sí, sí, tradición. Invitado conocido que llegaba, sarta de insultos que le largaban.

-¿Y no había Policía para detenerlos, o por lo menos desplazarlos a doscientos metros?

No: había mozos de escuadra. Por un tubo. Con todos sus tipos de uniformes. Menos el que lleva alpargatas y chistera, con todos los otros. Allí, sin exageración sevillana, había lo menos 100 mozos de escuadra. Y entre los invitados a los que los niñatos separatistas insultaban conforme entraban o salían, estaban, apunta, nene: el actual presidente de la Generalidad; el ex presidente Pujol; el jefe de la oposición Artur Mas, por sólo citar peces gordos catalanes. Que también estaban Rajoy y medio Madrid. Lo menos que llamaban a los invitados era «español fascista». A una señora que usted conoce la nombraron directamente con las cuatro letras. ¿Qué hacían los mozos de escuadra mientras? Pues nada, ni echar una miraíta: dieron un recital de vista gorda. Y un sevillano con toda la gracia que venía con nosotros comentó:

-Por lo visto esto es lo tradicional de aquí, que los mozos de escuadra vengan a las bodas maravillosas para proteger a los niñatos independentistas, a fin de que los hijoputas se puedan cagar perfectamente en nuestros muertos sin que les podamos dar siquiera la tragantà que se merecen.

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