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A cuerno quemado

SÓLO el tradicional instinto autodestructivo de la derecha española, empeñada en debatir sobre las dimensiones de su victoria electoral del domingo, ha aliviado un poco el intenso malestar que la derrota ha provocado a los socialistas; ellos sí saben que han perdido, y por una diferencia importante, desde luego superior a la que esperaban. Le han echado la culpa a Leire Pajín porque siempre es bueno que haya niños en casa, pero en el seno del PSOE ha surgido por primera vez la vacilación sobre la idoneidad de las estrategias de Zapatero. Y mientras en el entorno del PP algunos siguen alimentando la duda y lamentándose de no haber obtenido una goleada -¿de verdad creen que es tan fácil vencer al zapaterismo?-, en el bando rival se ha empezado a instalar la preocupación por la posibilidad de un cambio, si no de ciclo, sí de tendencia.

Zapatero está escocido. Pese a las advertencias de sus arúspices demóscopicos, que le aconsejaron desmarcarse un poco de la campaña cuando vieron el tono de las encuestas, confiaba en ganar, o al menos en perder por un margen muy corto. Los casi cuatro puntos en contra le han sabido a cuerno quemado, y no ha podido impedir que se le note el gesto torcido y una desabrida amargura. Después del revés de Galicia, y de haber tenido que contar con el PP para dar el vuelco en el País Vasco, su imagen de ganador se deteriora a simple vista, y si no sufre más es porque el debate interno del rival continúa discutiéndole a Rajoy la capacidad de tumbarlo en el momento decisivo. La reacción del presidente ha sido de una soberbia inaceptable; se ha excusado vaporosamente en las circunstancias, ha permitido que Blanco cargue contra Pajín, se ha negado a darles a los suyos y al país las explicaciones que merecían, y ha descartado cualquier atisbo de autocrítica y declinado toda responsabilidad. Permanece cerrado a sacar consecuencias y a admitir que el fracaso electoral constituye un cuestionamiento de su política anticrisis; antes al contrario, para mantenerla ha subido los impuestos indirectos de los combustibles y el tabaco, una decisión que hace una semana acaso le habría supuesto perder por más del cuatro por ciento, y se ha enrocado en su concepto dogmático de la economía. El mayor consuelo que le queda al Gobierno es que ha sido el mejor parado de toda la vapuleada socialdemocracia europea. Ya es conformarse.

El efecto de la jornada del 7-J, sumada a la del 1 de marzo, consiste en que ante la opinión pública el PSOE va por detrás y el PP por delante. Y que es al Gobierno al que le corresponde ahora remontar la corriente, remando cuesta arriba. Un Gobierno que parece que hace un siglo que ganó las elecciones generales y que ya ha tenido que cambiar a media docena de ministros. El resultado no es ni mucho definitivo para la legislatura, pero desde luego tiene un mensaje y perjudicará al que peor sepa leerlo.

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