Hazte premium Hazte premium

La soledad de Chaves

NO se observa en el PSOE ni en el Gobierno un entusiasmo desmedido por apoyar a Manuel Chaves ni por ayudarlo a defenderse en el escándalo de la subvención a la empresa que contrató a su hija. Más bien cabría constatar una cierta indiferencia, una lejanía patente, una fatigosa punzada de incomodidad por un asunto del que el zapaterismo preferiría sentirse ajeno. El vicepresidente declama en solitario la defensa de su honor mancillado mientras sus compañeros asisten en el mejor de los casos con manifiesto fastidio, cuando no murmuran «sotto voce» sobre la posición delicada en que la cuestión deja los intereses del partido. Esto no es cosa nuestra, vienen a sugerir con su actitud gélida; no vamos a ceder frente al PP pero se trata de un engorroso pleito de familia que Chaves se ha traído en su maleta y no nos pensamos involucrar en la herencia de su califato. Allá se las componga él con su pasado.

En realidad, lo que sucede es que el antiguo presidente andaluz ha empezado a comprobar que no ha ascendido en la escala de poder, sino que simplemente lo han echado de su poltrona virreinal, donde controlaba hasta el vuelo de las moscas. La Vicepresidencia Tercera del Gobierno son sólo él mismo, su fiel Zarrías y media docena de colaboradores que van y vienen en el AVE de Sevilla; el resto es una carcasa hueca, una estructura vacía más allá del membrete, los ordenanzas y los despachos. El pomposo cargo ministerial está deshabitado de competencias y de dinero, baldío como un inmueble abandonado. Y a cambio de esa fatua, engañosa jerarquía nominal ha quedado expuesto al tiroteo implacable de la política de campo abierto, privado del blindaje que le proporcionaba su inmensa influencia de sultán autonómico. Antes bastaba un gesto de sus cejas para silenciar medios de comunicación, para alquilar la anuencia de la opinión pública, para opacar con velos de pleitesía cualquier atisbo de crítica o disidencia. Ahora es una pieza a cobrar por la implacable trituradora de la escena pública nacional, y tiene la retaguardia cortada por la irreversibilidad de su relevo.

Está solo. En Madrid, la soledad es el estado natural de los personajes públicos, aliada si acaso con la desconfianza y el instinto de la supervivencia. No hay amigos, ni aliados, ni socios sobre los que descansar un problema fuera de la compraventa de favores mercenarios. Chaves manotea en solitario contra la comprometida evidencia de una maniobra indecorosa -legal, sostiene con denuedo; faltaría más: si fuese además ilegal tendrían que procesarlo- sin que nadie saque por él la cara, viendo cómo los suyos escurren el bulto o recurren a una vaga, simulada solidaridad de oficio. Ahora es cuando ha empezado a sentir ese frío desafecto que algunos llaman la soledad del poder. Pero sin poder, que es su drama.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación