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El día después

DESPUÉS de tantas dudas hice caso a Ignacio Camacho, y tras leer en ABC que había que votar «por una cierta lealtad con nuestra propia conciencia» me fui al colegio electoral. Con pocas ganas, pero fui, consciente de lo poco que contamos para los dos grandes partidos. Estoy hablando de quienes ponemos nuestros pies en el suelo de la duda, ese estado vaporoso que nos aleja de las evidencias. Los tibios somos una masa sospechosa para los partidos convencionales, y sin embargo es ahí donde se fabrican los cambios del poder. Nos hacen poco caso, pero Zapatero y Rajoy saben que cada día ese espacio crece. Saben -otra cosa es que les importe- que es ahí donde reside buena parte de su futuro.

Si lo que aumentan son los votantes que han hecho de la duda oficio de elector; si lo que sube rabiosamente es una abstención que en su mayoría es crítica y leída; si aparecen nuevos partidos que apuntan maneras... ¿no deberíamos esforzarnos por adivinar hacia dónde vamos? Ya sé que nuestra clase dirigente trabaja con las normas de internet, quiero decir que el futuro les tiene sin cuidado. Importan hoy y las próximas elecciones. Pero algo está naciendo que no sé definir ni explicar, algo que se construye en la contrariedad y la desafección.

Los periodistas tenemos la responsabilidad de demandar una salida. Deberíamos impedir la mentira. O, mejor dicho, negándonos a dar apariencia de dignidad al enredo y la manipulación. Hemos caído en la red que Zapatero nos lanzó, hemos perdido el tiempo con el Falcon mientras el presidente metía el pico de la muleta y el respetable aplaudía la faena. Hemos consentido en llamar debate a una fabulación miserable y barriobajera. Los enviados especiales que han seguido a los líderes en sus caravanas apenas han podido darles los buenos días, o sea, que no ha habido preguntas, ni contactos, ni intercambio de pareceres. Y, por si fuera poco, las imágenes que vemos en la tele son las que los partidos seleccionan. Me cuesta mucho hablar de periodismo en estas circunstancias. El día en que tengamos el valor de decirles con vuestro pan os lo comáis, empezaremos a sentir un cierto alivio profesional. El día en que no vayamos a las ruedas de prensa sin preguntas, el día en que dejemos de informar de un acto si nuestros cámaras no entran. Ese día nos llamaremos lo que decimos que somos: periodistas. Ese día, estos que ayer no pidieron el voto parecerán lo que son: poquita cosa, políticos de otro tiempo. Del siglo pasado, como poco.

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