Domingo, 07-06-09
UNAS elecciones europeas en las que los protagonistas han sido los trajes de Camps, el Falcon de Zapatero, los escoltas de Aznar, la niña de Chaves y el acontecimiento planetario de Pajín no podían, naturalmente, entusiasmar al respetable, por más embrutecido que esté por la vulgaridad y la chabacanería de sus dirigentes.
Todo ello, sin embargo, no impide que estas «europeas» sean cruciales. No porque se la jueguen Zapatero y Rajoy, ya que el perdedor quedará tocado, sino porque van a decirnos algo fundamental sobre España: hacia dónde se mueve, si es que se mueve hacia algún sitio. Los resultados van a ser un reflejo del mar de fondo que agita hoy el ánimo de los españoles. Una victoria clara del PP nos diría que el giro iniciado en las elecciones gallegas y vascas se consolida, pudiéndose hablar ya de cambio de ciclo. En otras palabras: que el pueblo español ha perdido la confianza en Zapatero como gerente de sus asuntos, sin que todos los malabarismos que haga, todos los conejos que se saque de la chistera y todas las mentiras que cuente le sirvan ya de nada. Sin que eso quiera decir que el electorado haya encontrado a quien le sustituya, algo que tendrá que decidirse más adelante. En esta ocasión, se trataría sólo de preparar el finiquito a quien de forma tan audaz como desastrosa se equivocó en la negociación con ETA, en los nuevos estatutos de autonomía, en el manejo de la crisis económica y en buscar la concordia entre los españoles, que puede ser su mayor fallo.
Por el contrario, un empate o la victoria por la mínima de uno de los dos principales contendientes mostraría que el pueblo español, profundamente desilusionado de la política y de los partidos, ha vuelto a instalarse en su galbana secular, en su estoico escepticismo, y busca la salvación individual, resignado a que no haya una colectiva, confiando unos en el «Dios proveerá», y otros, en el amigo o pariente que tenga en el gobierno o ayuntamiento.
No se trata, por tanto, de unas elecciones superfluas. Ni «europeas», pese a su nombre. Se trata de un referéndum sobre el ánimo español en un momento crítico para la nación y el Estado, con fuerzas tirando en distintas direcciones de los mismos. Bastaba ver y oír a los candidatos de los partidos en liza en su último debate televisivo para darse cuenta de que no existe un criterio común, sino varios muy distintos, sobre España. E incluso, planeando sobre ellos, el viejo espectro de la autodestrucción, en el afán de todos de destruir al contrario. Me cuesta trabajo creer que habiendo llegado adonde estamos -a Europa, al desarrollo, a la democracia-, alberguemos todavía ese instinto suicida. Pero a la luz de esta infausta campaña, hay que estar preparado para todo.
La solución, en cualquier caso, esta noche. Si solución puede llamarse.

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