Viernes, 05-06-09
E. RODRÍGUEZ MARCHANTE
El movimiento, la cadencia, el aire, el trazo, la inquietud ante la alteración, la originalidad, el descubrimiento... Ver cierto cine japonés es como escribir con la izquierda, y el director Hirokazu Kore-Eda es, sin duda, el más cierto cine japonés al que podemos tener acceso. Es un narrador de tormentas desde un barco en calma: su cámara, una galleta empapada en el té de Ozu, nos ha contado ya historias terribles, pero tan cremosas que se las puede uno untar y sentir su afecto balsámico. Su penúltima película, «Still Walking», que es la que ahora se estrena, es un tranquilo vistazo rasgado a la familia, ese «lugar» en el que rugen los volcanes apagados... La mirada de Kore-Eda sería una versión púdica y poética de la impúdica y cínica «Cuento de Navidad» de Desplechin (película «de familia» con gran predicamento este año): narra un día primaveral y familiar en la casa paterna, alrededor de cuya mesa se reúnen hijos y nietos, y donde se le tributa recuerdo al hijo muerto hace cinco años. Una cámara obstinadamente quieta y serena asiste a los rituales de la familia, la minuciosidad de la madre mientras elabora las comidas, los hilos que unen, atan y asfixian algunas relaciones entre ellos, la seda del trato, el respeto, los rencores macerados, el presente que camina con la lentitud del título y retenido por las bridas del pasado, el personaje irascible del patriarca, la personalidad fabulosa, cómicamente cruel de la madre... Es un retrato construido con detalles, fragmentos, miradas, silencios, bromas, paseos..., la quietud embelesada con la tempestad, y vista con el ojo y el detalle que se aplica a la comida. La melancólica coda final envuelve de sentido lo dicho, devuelve, como si dijéramos, la escritura a la mano derecha.

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