Viernes, 05-06-09
JOSÉ MANUEL CUÉLLAR
Sí, sí, ya se pueden reir y pasarlo bomba viendo estas cosas, pero lo que no saben es que el día menos pensado el coche se va a rebelar y va a mandar al cinturón de seguridad que nos ahogue hasta le exterminación total. La tenemos clara en cuanto a las máquinas se les funda un circuito y nos lleven a todos por delante. Y va a ser ya.
Este dramón, que es el núcleo de la saga, se ha mantenido invariable entrega tras entrega, yendo un paso más allá. Desde que Arnold comenzó a repartir estopa se veía venir que la narración se trasladaría a este punto: batalla abierta contra las máquinas más allá de la tierra, del tiempo y del espacio.
Es necesario advertir que a los Terminator se va a lo que se va: poco cine coreano, escasa meditación y munición más allá de la desperdiciada en Matrix. Y sin embargo, en medio de toda la refriega, el espectáculo desbordante de los ordenadores (aún sabiendo que las máquinas, las pacíficas, pueden hacer todos esos efectos especiales, uno se pregunta cómo lo harán...), McG introduce una filosofía novedosa en la entrega. Por encima del robot malo, robot bueno, aquí se plantea la disyuntiva del ser robotizado (ya, un Robocop sofisticado), los músculos de titanio y el corazón endeble, humano, presto al dolor y al cariño, justo donde encuentra la fortaleza necesaria para doblegar el acero. Por ahí avanza con paso firme la película, un prodigio de color y tensión y con homenajes imprescindibles al pasado: una frase por aquí, un acto por allá y, claro, una aparición del gran Arnold (en el cuerpo de Roland Kickinger), que ni podía ni debía faltar a una cita así.
Anda Christian Bale metido en el asunto, lo que no es de extrañar porque últimamente lo tenemos hasta en la sopa, mucho más iba a estar en una donde los circuitos se te meten hasta en el cerebro. Pero más allá de su ya habitual sobriedad, uno se quedaría con la labor del australiano Sam Worthington, que deja excelentes sensaciones de tener un corazón a prueba de cañones recortados. Así pues, tralla dura de la buena para que las palomitas entren sin colorantes. Disfruten de ello, no vaya a ser que en la siguiente entrega el proyector nos caiga encima de forma deliberada. Cada vez queda menos para que alguien de mirada fría nos diga aquello de «yo he visto cosas que...»