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Tiananmen y nosotros

HACE hoy exactamente veinte años un inmenso despliegue militar con carros de combate y decenas de miles de soldados irrumpió en la plaza de Tiananmen de Pekín para disolver una concentración pacífica de estudiantes que había levantado allí un campamento para demandar mayor democracia y ... respeto a los derechos humanos. Las tropas acabaron rápidamente a tiros con aquella primera y última gran protesta contra la dictadura china habida desde la consolidación del régimen de Mao Tse Tung. Al menos la mayor de la que ha habido noticias e imágenes -¡tremendas imágenes!- en el exterior de China. Porque no hay que ser un experto sinólogo para saber que a lo largo de su milenaria historia pero, desde luego durante el comunismo maoísta, se produjeron allí matanzas de civiles que reducen casi a pequeña anécdota sangrienta la tragedia de Tiananmen. Allí murieron, según las autoridades, tan solo 300 personas, según fuentes de una oposición hoy casi inexistente, fueron 3.000. En todo caso se trata de cifras que se han superado con creces en operaciones de represión, en desplazamientos forzosos de población e incluso como bajas de accidentes laborales en las monumentales obras civiles que desde los años sesenta construye el régimen. Durante todos estos años, retornada la calma de las bayonetas y la policía política, y acalladas las protestas de los discrepantes, en Occidente se ha impuesto en general la teoría de que en China y ahora también en Rusia, a nosotros nos conviene un régimen cuyas dos máximas prioridades sean el orden y la garantía de los suministros de sus exportaciones. El resquebrajamiento de la disciplina y el orden socialista en Rusia y en sus aun entonces países súbditos en 1989, fueron de hecho un argumento capital en la decisión del poder chino de acabar a tiros con los tímidos sueños iniciales de democratización de los estudiantes.

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