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Campaña de brocha gorda

HUECA, demagógica, faltona, palabrera. Parece que hay consenso ilustrado sobre el carácter trivial y ramplón de esta campaña electoral pintada a brocha gorda sobre el mapa político de una España hastiada de politiquerías ineficaces y sectarias. Se perfila una abstención multitudinaria, un grito silencioso de protesta sorda, y los dirigentes de nuestros partidos tratan de combatirla apelando al instinto cainita de los electores, que es precisamente de lo que muchos están hartos. El político profesional no es capaz de aceptar la vacuidad de su mensaje, y sospecha que si la gente no quiere votar es porque en estas elecciones no se juega nada decisivo o porque no está lo bastante estimulada para el combate. Ni se les pasa por la imaginación la posibilidad de que los ciudadanos se hayan cansado de esa confrontación estéril, de ese duelo superficial y banderizo que sólo aspira a obtener su respaldo electoral como forma de fastidiar a los otros. Por eso insisten y percuten en la demonización del adversario, en la tosca caracterización del rival, en la búsqueda de la pulsión más primaria del electorado, sin caer en la cuenta -o cayendo y despreciándola, que es peor- de que sólo consiguen fortalecer el hastío de quienes no confían en la política de trincheras, en el arrebato vertiginoso y pasional de los demonios civiles, en el enfrentamiento cerrado como síntoma de vigor democrático.

Sería muy triste, desde luego, que llevasen razón estos profesionales de la discordia. Que éste fuese un pueblo pastueño que sólo se despierta con sacudidas de rencor. Ésa es la tesis de los sociólogos de campaña, de los asesores de aparato, de los estrategas que dirigen esta caravana de enconos. No confían más que en los mensajes envenenados, simples, pendencieros. Sin matices. Desprecian abiertamente las propuestas porque saben que el pueblo ya no se las cree. En su cinismo han convertido la política en una máquina de insultar, en un denuesto continuo del adversario. Conocedores de la pobreza del debate público, de su desnudez de argumentos, sostienen que los españoles sólo nos movemos por consignas. Nos toman por menores de edad, niños enfurruñados de ira a los que hay que asustar diciéndoles que viene el coco. Se gastan una cantidad ingente de dinero, de nuestro dinero, en ofender nuestra inteligencia con soflamas procaces y arengas incendiarias. Despilfarran en aviones, tecnología e intendencia para montar un carrusel de feria en el que viajan charlatanes de parla mediocre y chillona. Y la única razón por la que piden que les votemos es para que no ganen los otros.

Han montado una campaña para fanáticos, para exaltados, para radicales. Y si la mayoría no se da por aludida no harán una pizca de autocrítica: antes bien concluirán que no han gritado lo bastante.

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