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El sostenimiento de la Iglesia

COINCIDIENDO con el período de presentación de las declaraciones de la renta, suele provocarse en España un debate artificioso sobre el sostenimiento económico de la Iglesia católica. El propósito de tal debate (si es que podemos llamar debate a la acumulación de burdas mentiras) no ... es otro que imponer la especie de que Iglesia se «financia» con ingentes cantidades de dinero procedentes del erario público y, en última instancia, de los bolsillos de los contribuyentes. Para ello se recurre a una argucia sofística que no resiste el más mínimo análisis racional, consistente en denominar «financiación de la Iglesia» a toda partida de dinero público que las diversas instituciones eclesiásticas reciben para sufragar los servicios que brindan a la sociedad. Así, se incluyen en esta brumosa categoría de «financiación de la Iglesia» el dinero de los conciertos educativos, las ayudas a organizaciones asistenciales y caritativas, etcétera. Es decir, un dinero que las instituciones eclesiásticas revierten a la sociedad, en la procura del bien común; y que, por otra parte, supone un ahorro ingente para las diversas administraciones públicas. Una plaza en la escuela concertada, por ejemplo, le cuesta al Estado la mitad que una plaza en la escuela pública; y la actividad que despliegan las asociaciones benéficas eclesiásticas no sería posible si, a las subvenciones recibidas de las administraciones, no se sumaran las aportaciones de socios y benefactores, los donativos de los propios fieles y, sobre todo, el trabajo desvelado de miles de voluntarios católicos. La Iglesia no utiliza estas partidas para «financiarse», sino para brindar a la sociedad un servicio desinteresado.

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