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Está la piel, pero falta su olor

E. RODRÍGUEZ MARCHANTE

La adaptación al cine de una novela de éxito mundial necesita, lo primero, una pretensión, un propósito. Hay que decidir qué se quiere, si sencillamente reflejar o recrear, acondicionar, transformar, subvertir, pervertir... Medio mundo ha leído la novela de Stieg Larsson «Los hombres que no amaban a las mujeres» y, además, se la ha contado al otro medio, luego, al tratarse de un thriller en el que la intriga es esencial, habrá que tener previsto que el interés del hipotético espectador no estará absolutamente centrado en la trama, que ya la conoce, sino en otro aspecto más prosaico: quiere «reconocerla». Y hacerla «reconocible» supone que los personajes y los actores y las situaciones y los lugares coincidan con «la película» que se compuso la imaginación del propio lector de la novela.

El director es Niels Arden Opley, y ha filmado su película sin soltar el libro de Larsson. Es fiel a ella incluso en lo que le quita: unas cuantas relaciones personales y profesionales que hubieran enturbiado la narración lineal y clara que se persigue. A mi modo de ver (o imaginar), la actriz Noomi Rapace construye el carácter y la traza de Lisbeth Salander, el gran personaje de la novela y que aquí ocupa la mejor parte de la pantalla. También se ajusta a una idea preconcebida en la lectura el actor Michael Nyqvist, que encarna al protagonista, el periodista y detective Michael Blomkvist. Y funciona la relación agridulce o blandiáspera entre ellos. Los paisajes y los demás personajes son los descritos en la novela, y la cámara los va plumeando de modo reconocible...

En fin, está todo, o casi, pero hay algo que no ha medido el director con la misma precisión: se precipita hacia el desenlace, se lanza a él como si se hubiera impacientado, y eso, en una película de dos horas y media, es chocante. Tal vez debiera haberse detenido cinco o diez minutos más en un personaje clave en toda la historia, el de Harriet Vanger, cuyo enigma se resuelve poco menos que de tacón.

Un veredicto simple diría que «Los hombres que no amaban a las mujeres», la película, no le aporta nada a la obra en que se basa. Otro aún más simple diría que esta película le aporta imagen a la novela. Y ya, en plan simplón, podría decirse que tal vez un director con otras aspiraciones hubiera llegado hasta ese clima sucio, despiadado y ese fondo del mal que sí tiene la novela.

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