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Los matarifes de la palabra

«LA palabra debe estar al servicio de la política y no la política al servicio de la palabra». Esta frase, como parte de su credo, la pronunció el presidente Zapatero hace ya varios años. Fueron muy pocos los españoles que reconocieron el potencial venenoso de las mismas. Hoy el presidente está rodeado de gentes que han asumido plenamente esta máxima. En esa frase radica la cepa de la peor pandemia que sufrimos hoy en España, que es la de la mentira. La mentira obvia, obscena e impune. Dice la Organización Mundial de la Salud -ayer recibió el Premio Príncipe de Asturias-, que la fusión del virus de la gripe porcina con el de la gripe aviar, tendría unas consecuencias dramáticas y muy letales para el ser humano. Yo les aseguro que la fusión de otros dos bichitos que corroen el carácter y que son la mentira contumaz y la negación más obstinada de la más evidente responsabilidad, forman ya una epidemia en torno a su foco principal que es el Gran Timonel.

La mentira ha de ser muy piadosa para no ser un insulto. Y piadosos hay pocos en el equipo de ZP, Aído, Chacón o la vicetiple que se atreve a hablar de trajes ajenos, vestida ella siempre con ropajes perfectamente asequibles al parecer con su sueldo de vicepresidenta. Supongo que algún día, si una de las pandemias no nos lleva por delante a todos, podremos hablar también del fondo de armario de la vicepresidenta, tan misteriosamente profundo y repleto como la galería de trofeos de caza de nuestro juez Baltasar Garzón. Por cierto, ayer tuvo un sobresalto que quizás sea el principio del fin de una anomalía grotesca en nuestra judicatura. En todo caso, si la mentira es un insulto, nos deberían estar silbando los oídos todo el día. Los esfuerzos de las ministras de Sanidad y de Defensa por coordinar una mentira común para escabullirse de la responsabilidad del escándalo que ha sido la ocultación de la cepa vírica en Hoyo de Manzanares han sido conmovedores. No sé qué tal se llevarán, pero esta claro que Trinidad Jiménez ha sido generosa al enlodarse del todo por salvarle algo la cara a su colega. ¿Qué más dará un poco de lodo más? En las chaquetas de moda, en los trajes espaciales de De la Vega o en las togas de Garzón o Cándido Méndez. O en las del Tribunal Constitucional, que nos insulta con su interminable silencio vergonzoso respecto al Estatuto de Catalunya y ahora muy coqueto, manda a ETA al Parlamento Europeo. Todos mintiendo, insultando y denigrando a la Constitución española. Con mil altavoces que repiten sus mentiras en todas las televisiones. ¿Todas? No, alguna se resiste. Por eso hay que acabar con ella. Hay que acabar con la palabra que no está al servicio de su política de aniquilación del discrepante. De ahí que asignatura prioritaria del Gobierno sea hoy la destrucción de Telemadrid. Con sus liberados sindicales bien pagados, los sindicatos verticales del zapaterismo, bien apesebrados, dicen luchar por la plantilla. Sólo escuchan la voz de su amo. Llevan semanas de huelgas para impedir que los ciudadanos accedan a una versión de la realidad distinta, en la que la palabra mantiene su significado original. Frente al vocerío de la mentira, pretende que las palabras signifiquen lo que se desea que signifiquen, aunque entren en conflicto manifiesto con la verdad».

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