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Candidatura de atrezzo

LAS listas abiertas, como demuestra la papeleta-sábana del Senado, tendrían en España el mismo efecto o resultado que las cerradas, porque nuestro electorado se ha acostumbrado a comportarse con un criterio simétrico al de los aparatos de la partitocracia. Pero al menos algunos políticos impopulares, corruptos o antipáticos podrían pagar parte de la factura que ahora eluden escondidos en el burladero de las candidaturas bloqueadas. Ahora, bien, mientras el sistema sea el que es hay que jugar con esas reglas comunes; lo que no vale, por legal que resulte al amparo de una desquiciada interpretación normativa, es el maquillaje de las listas para enmascararlas sin efecto práctico, como han hecho los socialistas de Cataluña a fin de esconder a sus simpatizantes la incómoda presencia de Magdalena Álvarez y otros colegas presuntamente no gratos para la sensibilidad catalanista. Eso es una manipulación, una treta, un embeleco, una trampa para votantes incautos. Una estafa.

Ya me gustaría a mí que las candidaturas al Parlamento Europeo fuesen abiertas de verdad. Como no hay que elegir Gobierno alguno, sino tan sólo representantes en una cámara de eficacia y utilidad muy relativas, sería estupendo poder votar, por ejemplo, a Jaime Mayor y a Ramón Jáuregui, tipos razonables y sensatos a quienes separan menos diferencias de las que ellos mismos creen. Pero el sistema impone un sectarismo obligatorio que no deja tirar por las calles de en medio. Y en ese mecanismo hermético, el que quiera votar socialista va a enviar a Bruselas, «velis nolis», a Magdalena Álvarez y a todo lo que ella representa. En Andalucía, en Murcia, en Extremadura… y en Cataluña, por mucho que Montilla la disfrace.

Sencillamente, pues, la papeleta europea del PSC es falsa. Legal, según parece, pero más falsa que un euro de lata. Una lista de atrezzo, llena de figurantes que ocultan la realidad de que quienes la depositan en la urna van a elegir a varias personas que no figuran en ella. Y lo mismo sucede con otras candidaturas nacionalistas que bailan los nombres de sus integrantes según la comunidad en que se presenten. Esta inexplicable particularidad añade a los defectos de nuestra democracia el de la falta de transparencia, convirtiendo la ceremonia sagrada del voto en un baile de disfraces, en un obsceno carnaval partitocrático en el que el elector ni siquiera conserva su derecho a ver la verdadera cara del elegido. Una burla a la esencia misma del sistema que destroza el principio de representatividad y lleva el carajal autonómico al territorio de la caricatura grotesca. Y que hace de Magdalena Álvarez, el propio Jáuregui o Carmen Romero unos candidatos vergonzantes, agazapados, ocultos, repudiados por su propio partido que ni siquiera se atreve a presentarlos sin máscaras.

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