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La España de ZP

Recuerdo como si fuera hoy la primera entrevista que hice a Juan Linz, pese a haber pasado treinta años, tal fue la impresión de sabiduría y mesura que me produjo. Enseñaba entonces en la Universidad de Columbia, aunque no perdía de vista lo que ocurría en España, y me contaba los resultados del que había sido uno de sus primeros trabajos sobre el terreno, única manera de que la Sociología merezca el calificativo de ciencia, todo lo demás son elucubraciones. «Cuando llegaba a un pueblo con plazas preciosas, fuentes adornadas, aceras impecables, y me ponía a indagar los medios de vida de sus vecinos -me decía-, me daba cuenta de que vivían con la soga al cuello. Mientras que en los pueblos ruidosos, sucios, con las calles y aceras destrozadas por el paso de vehículos, la gente vivía mucho mejor. Y es que en los primeros toda la inversión era de los ayuntamientos y las diputaciones, sin crearse auténtica riqueza, mientras que en los segundos los vecinos eran quienes la creaban. La conclusión era fácil: los ayuntamientos crean una riqueza tan falsa como el aspecto de sus pueblos, al dedicar sus recursos a bienes suntuarios, sin valor añadido, en vez de generar productos que a su vez generan otros, como son los que crean sus vecinos.»

Me ha venido a la memoria aquella constatación de Linz, que como profesor emérito sigue en Yale dando lecciones magistrales de sociología y de política, ante las medidas que está tomando el nuevo Gobierno español frente a la crisis, encauzadas precisamente a través de las instituciones que menos riqueza crean y más recursos despilfarran, los ayuntamientos y las autonomías, auténticas máquinas de gastar sin producir, de devorar dinero sin generar medios. Lo ve cualquiera con dos ojos en la cara. El despilfarro de nuestros ayuntamientos en fiestas, concursos, comidas, viajes y dietas sería motivo de escándalo en cualquier país con sensibilidad democrática y cualquier sociedad consciente de que el dinero público es del contribuyente que lo paga, no del Gobierno que lo gasta. Por Nueva York están pasando constantemente personajillos de este tipo, que vienen, según ellos, a «vender» su localidad, sin que nadie les haga caso, excepto los periodistas y cámaras que traen consigo, pues a quienes realmente venden su viaje es a sus vecinos, viniendo ellos a hacer turismo, acompañados de la flor y nata de su localidad y partido.

El caso se repite en las autonomías, corregido y ampliado por su extensión y obligado por el régimen que nos hemos dado, que propicia, más que la descentralización, la multiplicación del centralismo a nivel regional. Aparte del gobierno, parlamento, tribunal superior de justicia y otras instituciones que nuestro ordenamiento constitucional concede a esas comunidades, no hay comunidad autónoma que no tenga su corte de asesores gubernamentales bien pagados, su parque automovilístico digno de un emirato del Golfo Pérsico, sus televisiones propias para gloria del mandamás de turno y su enjambre de paniaguados, que han disparado sus gastos a la estratosfera. A lo que seguirán «embajadas» en las principales capitales extranjeras, como ya está haciendo Cataluña. ¡Esto sí que es disparar con pólvora del Rey! Pues en una democracia el verdadero rey es la ciudadanía, con permiso, que estoy seguro me concederá, de Don Juan Carlos.

Estos son los canales -más dinero a los ayuntamientos, nueva financiación autonómica- por los que el nuevo Gobierno Zapatero quiere vadear la crisis. Justo los menos indicados para iniciar la recuperación, los menos productivos y los más derrochadores, cuando debería mirarse que cada euro que se gasta fuese allí donde genera más riqueza, es decir hacia una economía productiva. ¿Y cuál es la economía productiva? Pues la que arranca de la iniciativa personal, del esfuerzo individual, de la formación general y de las estructuras competitivas. Algo a lo que no prestó la menor atención ni dedicó un euro el primer Gobierno Zapatero y, a tenor de las medidas que está tomando, tampoco se la presta el último, más atento a las próximas elecciones europeas que a la crisis que tenemos encima. Se ha enterado por la radio y los periódicos de que el 80 por ciento de los puestos de trabajo la pequeña empresa, a la que hasta ahora no ha prestado la menor atención. Los cursos de capacitación los ha dejado en manos de los sindicatos, que es como dejar a la cabra al cuidado del huerto, pues nuestros sindicatos son cadenas de transmisión de la «política de izquierdas», para apaciguar a los trabajadores que ya tienen empleo, a cambio de pingües beneficios para sus dirigentes. La educación puede decirse que no ha existido para este Gobierno, que más bien se ha dedicado a aligerar los planes de estudio para que los alumnos tengan más fácil obtener un título, parecido al que ahora quiere dar a las amas de casa. Así hemos logrado crear la generación peor preparada comparativamente de la reciente historia de España. Cuando la educación es tanto o más básica para el desarrollo de un país que las riquezas naturales, la productividad, las exportaciones o las inversiones, pues todo ello depende del capital humano de que se disponga. Pero el capital humano de que dispone hoy España está a la cola de los países desarrollados y de algunos subdesarrollados. ¿Sabían ustedes que los niños indios conocen la tabla de multiplicar del 0 al 20, es decir que si se les pregunta cuánto es 12 por 17 responden automáticamente? Sospecho que los niños españoles tienen problemas en decir cuánto es 2 por 7. Los que realmente valen se van fuera, ante las pocas perspectivas que encuentran dentro, y los que se quedan piensan en cosas más placenteras que en esforzarse y labrarse un porvenir. El otro día, en el informativo de Televisión Española, se entrevistaba a un chico que podía ser el reflejo de la miseria educativa y humana en que ha devenido el país bajo el presente Gobierno. Tenía 21 años y no había llegado a terminar la enseñanza obligatoria, pues prefirió irse a la construcción, como peón naturalmente, pues no tenía capacidad para otra cosa. Con el desplome del mercado inmobiliario, se encuentra en el paro, sin apenas posibilidad de encontrar trabajo en otros ramos. Pero no era eso lo que parecía preocuparle, sino el no poder seguir con el plan de vida que llevaba. «La cosa está realmente mal -decía-, sin tener para tomarte unas cervezas o salir con los amigos.» Puede que durante los próximos meses su ayuntamiento le dé trabajo para que arregle el jardincito de la plaza mayor de su pueblo y pueda seguir tomándose todas las cervezas que quiera y salir con los amigos, que tarde o temprano estarán como él. Pues la crisis de la construcción, en último término, no es más que la crisis de la educación.

Esta es la España de José Luis Rodríguez Zapatero, una España que trata de copiar el modelo de Andalucía, donde la subvención llega a todos los rincones, y los niños, cuando les preguntan en qué trabaja su padre, responden: «En el paro». ¿Por qué se creen ustedes que se ha traído a Chaves de allí, le ha dado una vicepresidencia y le ha puesto al frente de la política territorial?

Sí, ésta es la España de ZP, el hombre que iba a cambiar el país. Y a fe que lo ha cambiado. Aparte de devolvernos a los Reinos de Taifas, ha vuelto a poner de moda el «¡Que inventen ellos!»

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