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El regreso del mago

El regreso del mago

Jackson Richardson ha vuelto y lo ha hecho, no podía ser de otra forma, a la elite internacional. Diez meses después de su retirada oficial -qué lejos queda el 10 de mayo de 2008 cuando jugó su último partido oficial en el Chambéry (Primera división francesa)- el galo aceptó el reto de reforzar a un Rhein-Neckar Löwen alemán asolado por las lesiones para este final de curso en el que el club se jugaba la Liga (fue segundo) y estaba en la semifinal de la Liga de Campeones. El domingo disputó el partido de ida de esta semifinal ante otro coloso, el Kiel, donde se enfrentó a dos viejos conocidos, Nikola Karabatic y Thierry Omeyer. La magia ha vuelto a las pistas. «Aunque siempre tienes el gusanillo del balonmano dentro del cuerpo y había procurado mantenerme bien físicamente, ya les advertí a los dirigentes que no podría jugar al máximo nivel durante una hora, pero que me esforzaría al máximo para recuperar mis sensaciones», dijo el jugador, de 39 años.

El impulsor del Hoffenheim

Los dirigentes del club alemán no se echaron atrás y contrataron sin dudar al jugador. Su presidente, Dietmar Hopp, el hombre que ha impulsado igualmente al Hoffenheim a la elite del fútbol alemán, vio en él una inversión interesante. La respuesta de la grada (14.000 espectadores caben en el pabellón de la pequeña Mannheim) le ha dado la razón. «Su experiencia nos ha dado ya mucho. Es un jugador que tiene una gran visión de juego, con un poder de anticipación enorme y una manera casi mágica de entenderse con el balón», señala su actual entrenador, Wolfgang Schwenke.

Conocía la Bundesliga de su etapa en el Grosswallstadt, entre 1997 y 2000, club del que pasó al Portland navarro (2000-2005), cursos inolvidables tanto para el club como para el balonmano español.

La vida deportiva de Richardson se comenzó a forjar en 1988. Daniel Constantini, seleccionador francés, se montó en un avión camino de la isla Reunión ante la llamada de un viejo amigo, Jean Pierre Lepinte, quien le había dicho que tenía en su club, el Bataillon Lepointe, un jugador con un futuro increíble.

Constantini le vio y se lo llevó a Francia inmediatamente. Felino, intuitivo, imaginativo, listo como el hambre, atacante increíblemente creativo y con un juego de muñeca que es una continua caja de sorpresas, pronto destacó en el balonmano francés. Su posición de avanzado en el 5-1 defensivo revolucionó el juego de los galos, quienes formaron la selección que fue campeona en torno a él.

Explosivo en la cancha, es lo contrario fuera de ella. Sus despistes son famosos. El más célebre fue cuando no salió en el equipo titular en la final del Mundial de Islandia 93 porque se había olvidado de la hora y llegó al pabellón en el minuto 10 de partido.

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