Matar al pelícano
JAVIER CORTIJO
Demasiado tiempo llevaba Valle-Inclán sin asomar sus barbas cóncavas por una pantalla, y ha sido su adaptador de cabecera García Sánchez, con la pluma de su heredero Azcona, quien las ha vuelto a poner a remojar oportuna, pirotécnica, rocambolesca y lisérgicamente (ojo a la fotografía de Alcaine y Salmones). Queda, pues, asegurada la fidelidad literaria. Para la cinematográfica hace falta toda la complicidad y buena fe del espectador a la hora de torear tan excesivo retablo-revolutum. Quizá esa fuera la intención: hacernos sentir no como el cornudo Friolera o el capitán Chuletas en una España picada de viruela sargentona, sino como Don Estrafalario y Don Manolito (escalofriantes Jess Franco y Julio Diamante) contemplando desde la barrera el desplome y estrambote de tirios y troyanos. Y es que a veces, como decía el poeta loco Panero, cualquier hombre corriente debe cruzar por un momento su vida con el esperpento.
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