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¿Y a qué viene lo de deportes?

QUIZÁ sea el cambio dentro del cambio que ha pasado de forma más inadvertida. Se entiende lo de Solbes, lo de Magdalena, la incorporación de Gabilondo... No se entiende lo de Salgado, lo de González-Sinde, el cambio de Soria, que no haya hecho limpia de Ministerios absurdos, que nombre tres vicepresidentes, tres, que para revolucionar el PSOE andaluz descabece la Junta enmarañando la estructura del Gobierno, que Chaves acepte el engrudo de negociar con CCAA a las que no tiene nada que dar. Pero aún se entiende menos que sea el presidente de un Gobierno en apuros el que se vaya a hacer cargo del deporte español. ¿De tanto tiempo libre dispone?

A Rodríguez Zapatero se le calentó la boca el día en que Emilio Sánchez Vicario le reclamó la creación de un Ministerio de Deportes. Siendo, como es, un hombre que siempre dice a sus contertulios lo que estos quieren escuchar, era lógico que abrazara inmediatamente la propuesta poco imaginativa del capitán del equipo español de Copa Davis -¡cómo si no tuviésemos ya suficientes ministerios prescindibles!-. Al poco, se acordó de que estamos en crisis y de que los libros de navegación por periodos de penuria aconsejan no engordar administrativamente la gestión de las cosas públicas. ¿Qué solución se le puede dar? ¡Chás! Se encendió la bombilla: el presidente se encargará personalmente de seis a siete cada miércoles de los problemas del deporte español: su planificación estratégica, la formación de los atletas de élite, la divulgación de la práctica deportiva en las escuelas, los diferentes campeonatos de todas las disciplinas posibles y, si es necesario, de debatir la conveniencia de tal o cual seleccionador nacional. ¿Que se lesiona Pujol cara al mundial de Sudáfrica? No habrá problema, en Moncloa, un cónclave de urgencia sopesará la posibilidad de incorporar a Juanito o a Marchena. ¿Que Contador es estorbado por Armstrong en su carrera a por un nuevo Tour? Allí intervendrá ZP negociando con Obama ahora que su tupidísima red de contactos internacionales le permite decidir cosas transcendentales del mundo. ¿Que el equipo de gimnasia femenina tiene problemas con las duchas del gimnasio en el que entrenan? El presidente en persona gestionará una brigada de fontaneros de Moncloa para que las chicas puedan trabajar en condiciones aceptables. ¿Que el Barça gana la Champions? Bueno, eso es fácil, se va y se recoge la Copa y se da una vuelta por el campo acompañado de Messi, Valdés y compañía.

El deporte español, curiosamente, está reportando unos triunfos internacionales a España que no conocían ni los más viejos del lugar. Los de fútbol enamoran con su juego, los de baloncesto lo ganan todo, los de tenis están que se salen, los ciclistas son imbatibles y hasta un nadador cordobés apunta con meter nuestra bandera en unos podios que nos estaban vetados. El deporte de base mejora día a día, con todas las limitaciones que queramos admitir, y sirve de aporte para las victorias de los mayores. Los pueblos y ciudades redoblan esfuerzos para que los jóvenes y no tan jóvenes puedan practicar diversas actividades deportivas y sean convenientemente educados en una disciplina absolutamente indispensable en la formación como personas equilibradas. ¿Dónde está, pues, el problema? ¿Dónde está la urgencia que pueda motivar que todo un presidente de Gobierno se vea forzado a intervenir personalmente en la gestión de un fenómeno como el deportivo? ¡Como si no tuviera nada que hacer!

¿Será que está necesitado de un refuerzo de imagen gracias al esfuerzo de deportistas felizmente triunfadores? Es probable que esa sea una de las razones, pero, de ser así, ¿ha sopesado que pasará el día que una mala racha de las muchas que se producen cíclicamente haga que muchas personas le culpen personalmente a él de meterse donde no le llaman?

Ya estoy oyendo los comentarios: ¡Para una cosa que funciona bien, llega éste y la fastidia!

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