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La esclerosis política del PSOE

ERAN jóvenes y osados. Trinidad Jiménez -ahora finalmente ministra- puso el piso para reunirse. Pedían una oportunidad, sin pretender hacer mucha Historia. Fue un sesgo de luz que descontaminó ilusoriamente el XXXV Congreso del PSOE, año 2000. De allí salió el zapaterismo, con relato poco épico, tan acomodaticio a las brisas de la demoscopia y el marketing electoral, tan inmovilista. Al comparar el zapaterismo con el felipismo, el componente reformista de González resalta. De otra parte, si finalmente González llevó el PSOE casi al límite de la quiebra moral, Zapatero culmina la esclerosis de su sistema nervioso central. Tacticista, muy parco con la verdad, Zapatero llegó a la secretaría general del PSOE y después del atentado de Atocha las urnas le entregaban La Moncloa. Fue una primera legislatura que avanzó de forma espasmódica, gracias a la extremada confianza de Zapatero en un destino político y personal que se le mostraba favorable. Torpemente, el PP puso a sus pies la alfombra al tardar demasiado en asumir que había perdido las elecciones.

A un año de su segunda victoria electoral, los síntomas de esclerosis están colapsando aquel nuevo PSOE. Ha perdido masa muscular, padece alteraciones de la visión, sus movimientos cada vez son más descoordinados. La prueba está en una remodelación de gobierno que tan solo al romper aguas se ha visto exhausta y mustia. Las figuras del banquillo ya no dan para mucho más. En un momento en que el país necesitaba de un gobierno que fuese la locomotora de la recuperación económica, resulta que en La Moncloa se dan indicios de disnea y parálisis.

¿Es posible revertir una situación tan desafortunada? Examinar el sistema visceral del nuevo gobierno dificulta compartir la idea de que quedan reservas de energía para salir adelante y ofrecer a la sociedad española la confianza que hace falta para afrontar una recesión económica tan aguda. Zapatero ha cruzado la línea roja. Todo eso nos va a salir carísimo. Es improbable que con las estrategias que ha oído comentar en el G-20 Zapatero consiga amansar la crisis, actuando como ventrílocuo con la ministra Salgado. En un alto del camino ha quedado Solbes, desactivado, como un juguete roto.

Chaves en el Gobierno representa la inercia más definitoria del Zapatero de hoy. Tenía un problema sucesorio en el PSOE de Andalucía, necesitaba cambiar candidato para atajar al PP de Javier Arenas, y ha actuado con la maniobrabilidad plúmbea de un inquilino del parque jurásico. El socialismo andaluz durante tan largo tiempo en manos de Chaves significa dependencia, mucho paro, ley de oligarquía partitocrática, coerción de creatividad civil, caciquismo del XIX puesto en un disco duro del siglo XXI. Gran caladero del voto socialista, Andalucía se convierte en paradigma esclerótico del PSOE de Zapatero aunque a Chaves se le tuviera en Madrid con poco presupuesto y escasas competencias.

Ciertamente, en el escenario de la política todo es posible, incluso las resurrecciones. Después del desperfecto de las elecciones gallegas, a Zapatero le queda la oportunidad de las elecciones europeas en junio y para eso ha hecho su remodelación de gobierno, pero sin el perfil de calidad, innovación y estabilidad que un electorado ansioso espera para confiar en algo. Salvo un trance de transfiguración, el problema cada vez más será Zapatero. No hay impedimento mayor a la imprescindible sincronización del PSOE con lo que es el futuro. Es desapacible circunstancia para una sociedad que se siente desalentada, carente de hoja de ruta, cercada por la incertidumbre y el paro.

vpuig@abc.es

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