El futuro de la OTAN: una oportunidad para España
LA Alianza Atlántica acaba de celebrar su 60º aniversario. Es una buena ocasión para recordar que la victoria de la OTAN ha sido la victoria de la libertad. La Alianza nació para preservar la libertad y la seguridad de las naciones democráticas ante una amenaza ... cierta: el totalitarismo comunista y su voluntad expansiva.
Un club tiene éxito cuando nuevos miembros quieren ingresar en él. Por eso es una gran noticia la incorporación a este club de Croacia y Albania. El retorno de Francia a la estructura militar es otra buena noticia. La participación activa de París será muy trascendente para el futuro de la Alianza.
Conviene no olvidar que la OTAN se basa en la lealtad y la solidaridad entre aliados. Estos valores se plasman en la cláusula de defensa mutua por la cual un ataque contra uno es un ataque contra todos. Este principio explica la capacidad de disuasión que permitió vencer en la Guerra Fría sin disparar un solo tiro.
Vivimos tiempos de crisis económica global y la atención está puesta en cómo recuperar el crecimiento económico, pero debemos ser conscientes de que todo lo que disfrutamos y a lo que aspiramos se basa en la seguridad. Nuestras libertades y nuestra prosperidad serían impensables sin ella. Tal y como escribía hace pocos días en estas mismas páginas el secretario general de la Alianza, sólo tenemos que imaginar por un momento qué ocurriría en el sistema financiero internacional si se produjese otro atentado terrorista a gran escala en cualquiera de nuestras capitales.
La seguridad no es gratis. Hay que trabajar por ella con quienes comparten nuestros valores. Ésa es la tarea principal de la OTAN. Lo fue en 1949 y debe seguir siéndolo en 2009 y en el futuro. El mundo ha cambiado, pero la libertad sigue estando amenazada por quienes no soportan las sociedades libres y abiertas, el Estado de Derecho y la democracia.
En el mundo globalizado en el que vivimos, nuestra seguridad, que es tanto como decir el futuro de nuestra libertad y de nuestra democracia, depende de la libertad y la democracia en otras partes del mundo. Vimos el lado más trágico y amenazante de esta realidad el 11 de septiembre de 2001. Los ataques terroristas tenían el objetivo de destruir simbólicamente los fundamentos de nuestra libertad.
Cuando la OTAN se fundó, y durante muchas décadas, la amenaza a la libertad fue el avance territorial de la tiranía imperialista comunista. Hoy las principales amenazas son las que encarnan el terrorismo, en especial el de matriz yihadista, y la proliferación. La Alianza debe adaptarse para hacer frente a estas dos amenazas y derrotarlas. Son amenazas globales y asimétricas, a diferencia del adversario al que estábamos acostumbrados en la Guerra Fría.
Nuestra presencia en Afganistán se explica así. Hay que ser realistas y afrontar la verdad. Afganistán es un problema estratégico de primer orden. Allí los Aliados sólo pueden conformarse con la victoria; y la victoria significa derrotar a los terroristas, estabilizar el país y permitir que Afganistán se consolide como un Estado viable y democrático.
Afganistán tiene que ser una victoria de la Alianza Atlántica. No sólo de los Estados Unidos. Los aliados europeos debemos hacer un esfuerzo adicional para lograr entre todos el primer objetivo de esta misión, que no es otro que la derrota de los terroristas. La estabilización de Afganistán exige una cooperación activa por parte de Pakistán. Una estrategia conjunta para la región, incluyendo el refuerzo de las instituciones paquistaníes con el fin de que respondan a un Gobierno responsable, es una excelente iniciativa que debemos apoyar.
El terrorismo debe ocupar un lugar central en el pensamiento estratégico aliado. Y no es sólo un problema norteamericano, como con acierto ha subrayado el presidente Obama. Europa está en el punto de mira de los terroristas tanto o más que los Estados Unidos. Las estructuras y capacidades de la OTAN tienen que transformarse para conseguir el objetivo de derrotar el terrorismo. La incorporación de los responsables de Interior de las naciones aliadas al proceso de toma de decisiones atlántico dentro de la Alianza, incluyendo la inteligencia, sería un paso extremadamente útil en este sentido.
El vigente concepto estratégico de la OTAN es de 1999. El 11-S no había ocurrido. Es imprescindible iniciar la redacción de uno nuevo que recoja la visión de futuro de la Alianza en un entorno estratégico que ha cambiado radicalmente.
La proliferación es otra gran amenaza a la que se enfrenta el mundo. Es evidente que los sistemas internacionales no han funcionado con la eficacia deseable. Hay que ser claro: un Irán nuclear es sencillamente inaceptable, como bien han enfatizado los presidentes Obama y Sarkozy. La OTAN haría bien en ocuparse activamente de este problema, que no sólo afecta a los Estados Unidos y a Irán. Sería deseable que la capacidad de disuasión de la Alianza se extendiera a la zona. La primera víctima de un Irán nuclear, si hacemos caso a sus dirigentes, sería la democracia israelí. Y yo soy partidario de que Israel se incorpore a la Alianza. Sería la mejor disuasión. Un Irán nuclear significaría abrir una carrera de proliferación nuclear en la que muchos países se verían tentados de hacer lo mismo. Un mundo con veinte o más potencias nucleares sería mucho más difícil de manejar y mucho más peligroso.
En los últimos tiempos el mundo ha visto con preocupación la evolución de Rusia. Es importante que los Aliados eviten caer en las provocaciones de Moscú. La Alianza debe preservar su autonomía de decisión. Es posible una estrategia aliada de cooperación con Rusia, basada en la firmeza y el diálogo, que defina intereses comunes en materia de seguridad como la lucha contra la proliferación y la derrota del terrorismo.
Las amenazas a la libertad son globales. Por ello la respuesta de los aliados también debe ser global. Sería bueno que la Alianza abriera sus puertas a las democracias que pueden y están dispuestas a hacer una contribución a la seguridad común. Japón y Australia también podrían incorporarse a la Alianza. Y otras democracias como la India o Colombia, que luchan contra el terrorismo en sus territorios, podrían formar parte de un Programa de Asociación por la Libertad que mejore y amplíe el que ahora existe con los países del Este de Europa y Asia Central.
España, bajo la presidencia de Leopoldo Calvo-Sotelo, se incorporó al sistema de seguridad atlántico en 1982. Desde entonces hemos contribuido a la defensa de la libertad y la seguridad de todos. Hace doce años, España normalizó su situación en la OTAN al integrarse en su estructura militar durante la cumbre de Madrid de 1997.
España merecería desempeñar un papel activo y positivo en el diseño de la Alianza Atlántica del futuro. Sin duda, la primera prueba será Afganistán. Nuestra contribución tiene que estar basada en la lealtad -esta vez real- con nuestros aliados. Nadie duda de la profesionalidad, disciplina y eficacia de nuestros Ejércitos. Pero algunas recientes decisiones políticas tomadas irresponsablemente han dañado nuestra fiabilidad. El desistimiento súbito que acabamos de ver en Kosovo, sin consulta previa con los aliados, ha creado desconfianza, irritación y pérdida de credibilidad. Se ha dilapidado un capital de prestigio político, diplomático y militar de décadas.
Trabajar por el futuro de la OTAN no es sólo es un requisito para garantizar la libertad de todos. Para España es también la oportunidad de empezar a recuperar un prestigio exterior que sólo puede estar basado en la definición clara de nuestros intereses nacionales y en la coherencia de defenderlos con responsabilidad, perseverancia y sentido de Estado.
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