«Me encanta conversar con Gaudí aunque digan que ha muerto»
-Lleva esculpiendo en la Sagrada Familia ya treinta años...
-¡Treinta y uno!
-Tantos que alguna vez se ha definido como «esclavo de la piedra». ¿Nunca le ha rondado la tentación de abandonar?
-Me encanta conversar con la piedra y con Gaudí (aunque digan que ha muerto). La dificultad viene de la ignorancia, de que la gente construye sin saber por qué, cuando nuestra tarea es igual que la de los agricultores que no saben qué día exactamente madurarán sus tomates. La Sagrada Familia tiene vida propia, busca construir al hombre. Por eso Gaudí nunca se planteaba «que esto crezca tantos metros hasta tal día».
-¿Cómo surgió vincular la construcción del templo a la de la Unión Europea? Puede resultar chocante.
-Un día vino a Barcelona Mario Mauro, vicepresidente del Parlamento Europeo, y le acompañé en una visita al templo. Según avanzaban mis explicaciones yo veía cómo le iba cambiando la cara y me di cuenta de que sentía algo... Quedamos como amigos y después él me invitó a viajar a Bruselas. Entonces me propuso hacer la exposición «El realismo de Gaudí y la construcción europea», porque Europa lleva construyéndose cincuenta años, y la Sagrada Familia 126... Ambas cosas son obras vivas.
- Sugiere convertir la obra magna de Gaudí en la catedral de Europa.
-Esto surgió porque yo, al ser japonés, y quizá por ignorancia, vi Europa como un país muy grande necesitado de una referencia central. Ya cada ciudad tenía su propia catedral y Barcelona también la suya, que no es la Sagrada Familia. Sentí esa idea como una providencia, como una llamada de arriba, así que se lo comenté por aquí a varios sacerdotes y me dijeron: «No, imposible, no puede ser». Y sólo fue después Mario Mauro el que me dijo «¿por qué no?». Y ahora, compartir ese sueño es bonito.
-¿La idiosincrasia oriental supone una aportación diferenciada en su tarea?
-Igual que Gaudí, lo que más valoro es la paciencia. Si no tienes amor a la herramienta y amor a los trabajadores compañeros no conseguirás la gran obra. Gaudí es occidental, nunca ha pisado tierra de Japón, pero yo diría que espiritualmente o por su sistema de pensamiento es puramente asiático. Él dejó dicho: no se puede hacer una buena obra sin amor.
-¿Se ha puesto un tope?
-Necesito contrato para sobrevivir, y en los contratos alguna fecha sí hay que fijar. Como soy japonés y no me gusta engañar a nadie, intento llegar a lo acordado antes de que acabe el plazo. Y en treinta y un años nunca he fallado. Porque si fallo en alguna escultura eso afecta a otros, a mis compañeros. Aquí trabajamos centenares de personas. ¡Pero para mí la obra nunca está terminada!
-El templo es visitado por riadas de turistas. ¿Vulneran su magia mística?
-No, no. La gente, aunque no sean católicos, busca siempre algo. Gaudí dijo que aunque La Sagrada Familia no esté acabada, nos ofrece una pista. Por eso funciona muchísimo mejor que otros templos terminados. A mis ayudantes les gusta trabajar conmigo, porque les satisface su labor y ellos mismos se vuelcan en lo que tienen que hacer. Gaudí lo hacía igual y por eso en 126 años no ha habido ningún accidente mortal en estas obras. En Japón se suicidan cada año más de 30.000 personas porque, como dejó claro Dante en «La Divina Comedia», quien pierde la esperanza está en un auténtico infierno.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete