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«Las manos cortadas»

Luisgé Martín. Narrativa. Algafuara (Madrid, 2009). 464 páginas

«Las manos cortadas»

La trayectoria literaria de Luisgé Martín se había centrado (hasta la fecha) en atisbar ciegamente los vericuetos de las alcobas sentimentales, describiendo con una intensidad tan efervescente como intensa los sentimientos más primigenios y efímeros, esos que terminan determinando los destinos amorosos de los mortales. Pero el lector que espere encontrar en su última novela, « Las manos cortadas » (Ed. Alfaguara), restos de carmín pasional se mostrará un tanto decepcionado. Aunque la decepción será momentánea, casi vulgar, pues el cambio de tercio del escitor resulta del todo satisfactorio. Martín recrea, en primera persona y como poderoso protagonista (su confesión delató sus deseos de haber vivido una historia semejante), las intrigas morales y políticas de un extraño suceso acaecido en Chile 30 años después del golpe militar de Pinochet que no sólo cortó las manos a Víctor Jara, también a Salvador Allende. «Quería hacer desde hace tiempo una novela política y en el Festival de San Sebastián se me cruzó un documental de Patricia Guzmán sobre Salvador Allende. Fue entonces cuando vi que era el escenario perfecto», confiesa el autor. Si bien el título, en alusión al macabro suceso que acabó con las ilusiones generacionales depositadas en Víctor Jara fue lo último que Martín decidió, también tiene para el escritor «el doble sentido de que las manos cortadas es una de las imágenes más brutales de la represión chilena, cómo a Víctor Jara, cantante y activista, le detienen en el estadio nacional y le cortan las manos, y la tesis que defiendo en la novela es que al margen de todo tipo de errores y de controversias ideológicas que puedan tenerse, Allende tuvo en todo momento las manos cortadas».

Allende, una víctima más

Una tesis que se va desarrolando a lo largo de una documentada historia en la que, sin duda, una cosa queda clara: Allende fue una mera víctima de la Historia. «No soy ni he sido nunca marxista. No creo que las reformas que impulsaba Allende hubieran llevado ni de lejos a una sociedad abierta, pero al margen de lo que piense, lo que creo es que ni siquiera podemos juzgar lo que hizo porque todo lo hizo siempre para defenderse», argumenta el autor de «Las manos cortadas». Son las caprichosas arbitrariedades del destino histórico, cuyos delgados hilos se tejen alrededor de todos los personajes de la novela logrando crear un clima político tan verídico como creíble en el que Allende es juzgado y declarado inocente.

El tiempo transcurrido ha logrado poner (algunas) cosas en su sitio, y el viaje geográfico que Luisgé Martín realiza por Chile y su angosta historia le ha permitido «ser subjetivo en la medida en que me relajo, me dejo llevar por el discurso histórico, la disquisición, opino como quiero, no necesito posicionarme». Así es, en «Las manos cortadas» hay menos impostación que en las anteriores novelas de Martín, aunque como el propio autor reconoce, él, como escritor, «termina estando presente» y las señas de identidad de su literatura son reconocibles.

Toca ahora exponer «Las manos cortadas» al juicio más severo y sincero de todos cuantos pueden realizarse, el veredicto del público. En cuanto a la opinión del autor, Martín recurre a una acertada sentencia de Torrente Ballester para afirmar que «sentirse orgulloso de lo que uno ha escrito es un poco necio siempre. Ahora mismo estoy satisfecho y, luego, la sensación que uno tiene es, como decía Torrente Ballester, que al final descubres que siempre hay mucho de lo que querías decir que no está ahí». Pasen pues, lean y juzguen.

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