Sábado, 21-03-09
EL Mátrix progre ha reaccionado ante unas palabras de Benedicto XVI que reclamaban una «humanización de la sexualidad» como la niña del exorcista reaccionaba cuando la asperjaban con el hisopo. Y es natural que reaccione así, pues lo que el Matrix progre postula es una sexualidad deshumanizada y una «solidaridad de lejanías», consistente en condecorarse la solapa de la chaqueta con escarapelas solidarias y en enviar remesas de condones al África, para que los africanos practiquen a destajo el «sexo seguro», que es como en el Mátrix progre llaman a la sexualidad deshumanizada. Cuando el Papa mira a un enfermo de sida, ¿qué ve en él? Pues ve, en expresión evangélica, a uno de esos «pequeñuelos» sobre los que un seguidor de Jesús tiene la obligación de volcarse, fundiéndose con su dolor. En cambio, cuando el Mátrix progre mira a un enfermo de sida, ¿qué ve en él? Pues ve, como diría el ministro de los condones, una «tormenta de hormonas».
Y, claro, cuando en un enfermo de sida ves una tormenta de hormonas, sólo se te ocurre regalarle un chubasquero, para que la tormenta no lo empape. Que es tanto como si a un pirómano le regalas un extintor, para que el fuego no lo abrase. El sida tiene su origen en la promiscuidad sexual; y el Mátrix progre, en lugar de combatir la promiscuidad sexual, la exalta y aplaude, exhortando a sus súbditos a entregarse a ella sin recato y regalándoles luego un condón, para que actúe como salvoconducto de su promiscuidad. Es doctrina establecida en el Mátrix progre que los males no deben atajarse en su origen, sino en sus consecuencias; porque atajar el mal en sus orígenes nos libera de su esclavitud, mientras que combatir sus consecuencias nos hunde más en la esclavitud y nos hace confiarlo todo en la eficacia del salvoconducto que el Mátrix progre nos dispensa. La discusión sobre la eficacia del salvoconducto, adonde el Mátrix progre pretende conducir el debate (llevando el agua a su molino), resulta bizantina: pues, independientemente de que los condones garanticen o no un «sexo seguro», lo que es indubitable es que garantizan un sexo deshumanizado. Las personas a las que previamente has esclavizado, confiándolas en la eficacia del salvoconducto que les regalas, no pueden liberarse de su esclavitud, cuando el salvoconducto les falta; y la exaltación de la promiscuidad produce personas que no pueden dejar de ser promiscuas, aunque se hayan olvidado de meter un condón en el bolsillo, como el pirómano no puede renunciar a su pulsión aunque se haya dejado olvidado en casa el extintor.
Benedicto XVI cree en la «humanización de la sexualidad», que consiste en liberar al hombre de la esclavitud de la promiscuidad. Cree que la sexualidad debe contribuir a restituir al hombre su verdadera naturaleza, que no consiste en chapotear en una «tormenta de hormonas» (aunque sea con chubasquero), sino en buscar un sentido vital profundo en el que eros y ágape -amor carnal y amor como donación de afectos- formen una unidad liberadora. En el Mátrix progre predicar la humanización de la sexualidad es piedra de escándalo, porque liberar al hombre de sus esclavitudes erosiona su dominio. Y, con obsceno furor, arremeten contra el Papa, asegurando que sus declaraciones constituyen un «atentado contra la vida»; se lo dicen con repugnante cinismo, sobre su atalaya de mil millones de abortos en los últimos treinta años, a quien más denodadamente defiende en nuestra época la dignidad de la vida humana. Pero Benedicto XVI conoce bien aquellas palabras de la Epístola a los Romanos: «Por lo cual Dios los entregó a las concupiscencias de sus corazones, a la inmundicia con que deshonran entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira»; y conoce también la naturaleza martirial de su ministerio.
www.juanmanueldeprada.com

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