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La deserción como carácter

... La grotesca estampida que ha anunciado la ministra de Defensa y que ha caído como una bomba en el Cuartel General de la OTAN, y en los Gobiernos y mandos de los otros ejércitos allí presentes que se creían aliados nuestros, tiene por supuesto unos antecedentes políticos...

ESTE Gobierno lleva ya cinco años jugando con el prestigio, con la respetabilidad, la autoestima, la economía y la seguridad interna y externa de nuestro país. Por eso no debiera extrañar a nadie ya ni un disparate continuado como son la política territorial o la económica ni un exabrupto demoledor para nuestros intereses a largo y corto plazo. En la categoría de estos últimos entra, con escaso honor y muy poca gloria, el anuncio hecho ayer por la ministra de Defensa, Carmen Chacón, de que España vuelve a desertar, sin aviso previo como suelen hacer los desertores, de una campaña militar común con sus aliados. Esta vez es de Kosovo. El Ejército español deja en la estacada a todos sus aliados presentes en Kosovo y se viene a casa. El Gobierno de España como gusta llamarse de un tiempo a esta parte en sus promociones publicitarias y su agitación propagandista, todas pagadas por el cada vez más exhausto erario público ha decidido «pirarse» -como diría un sorchi en el frente- de una de las regiones en la que Europa entera se juega su estabilidad, la seguridad y la paz. Lo hace después de una larga retahíla de manifestaciones de incompetencia, necedad y falta de criterio e información en la región. Hoy dan ganas de llorar una vez más, sin apenas consuelo, por los magníficos soldados españoles que se han dejado la vida en los Balcanes. Y por todos los hombres y las mujeres de nuestro Ejército que han estado allí desde hace más de década y media y han dejado una huella indeleble de valor, gallardía y honor, ellos sí muy conscientes de su papel en la Defensa de la seguridad y los intereses de su patria que muchas veces se dirime tan lejos de sus fronteras. La grotesca estampida que ha anunciado la ministra de Defensa y que ha caído como una bomba en el Cuartel General de la OTAN, y en los Gobiernos y mandos de los otros ejércitos allí presentes que se creían aliados nuestros, tiene por supuesto unos antecedentes políticos. La majadería de nuestros gobernantes de izquierda y derecha habían llevado a interpretar la tragedia de Kosovo en clave interna española. Nuestros políticos ignaros habían llegado a la conclusión de que defender el espanto consumado de la soberanía de Serbia sobre Kosovo venía a ser parte de la defensa de una cohesión española que, por otra parte, dinamitan ellos un día sí y al otro también. Nuestro Gobierno, cautivo de su primitivo universo sentimental izquierdista, se nos convirtió en defensor de un país que ya no existía y en firme opositor a una independencia de Kosovo que habían dictado las armas, las vidas y las muertes. La historia para Zapatero y su gente es una casa de muñecas. Las armas habían dictado en su día que Königsberg (Kaliningrado), Posen (Poznan) o Brelau (Wroclaw) nunca volvieran a ser alemanas, pese a la tragedia que aquello supuso para esta ciudad y sus habitantes. Después de lo sucedido en Kosovo, nadie mínimamente informado podía abogar por su permanencia bajo ningún tipo de soberanía serbia. Y los 22 países de la Unión Europea y los 52 del mundo que han reconocido la independencia irreversible del Kosovo se lo podían haber explicado muy bien a toda la tropa de catetos que niegan por intereses mediopensionistas que la historia haya existido. Y a los peores disparatados que, en la absurda interiorización de los peores mensajes de los nacionalismos periféricos españoles, creen adivinar paralelismos entre Prístina y Vitoria. El ridículo auguraba daños. El disparate es tan mayúsculo que es difícil de abordar sin caer en términos despectivos mayores. La deserción como rasgo fundamental del carácter, la traición como método, la mentira y la impostura como utillaje. Así estamos una vez más y no notamos que otros sí lo notan. Tardaremos al menos una generación, en el mejor de los supuestos, en reconquistar un prestigio, un respeto, la presunción de decencia, que España se había labrado en las tres pasadas generaciones políticas.

Pero más allá de las falacias históricas y mentiras con que nuestros gobernantes han tejido el mensaje que emiten a diario para explicarse a sí mismos y reinventar el mundo, más allá de la basura semiculta con la que quieren promocionarse, están los daños objetivos que los españoles habremos de comprobar, quizás, por desgracia, en un futuro no lejano que nos atañe a nosotros, a nuestros hijos y nietos. La Alianza Atlántica ha tenido siempre debates internos como a toda asociación voluntaria de naciones libres corresponde. No pasaba en el Pacto de Varsovia. Pero la OTAN nunca había tenido a un miembro que manifestara de esta forma su tendencia a traicionar la confianza interna y la labor común. La deserción está muy mal vista no sólo entre militares o entre caballeros. También entre ciudadanos que creen tener un proyecto de vida en libertad común. La confianza truncada es difícil de recobrarse.

En España es muy posible que el escándalo del anuncio de la retirada unilateral de nuestras tropas en Kosovo no tenga mayor repercusión en la opinión pública. Estamos a lo que estamos y todos piensan que en estos momentos todo el mundo tiene licencia para buscarse la vida como pueda. Pues mucho cuidado con eso. Porque si los países bálticos, la región de los Balcanes y la propia Centroeuropa tienen motivos para estar preocupados por su seguridad y su entorno, los españoles deberíamos ser también conscientes de quiénes son nuestros vecinos. Nosotros tenemos más necesidad que muchos otros de una Alianza Atlántica que disuada de apetitos ideológicos, fanáticos religiosos y territoriales a unos estados realmente fallidos que en estos tiempos de inestabilidad y zozobra bien pueden verse tentados a la aventura. Cuando se genere una situación de este tipo, y yo creo que puede producirse pronto, nosotros pediremos a nuestros aliados una lealtad que cada vez será más difícil de exigir. Porque nosotros la hemos dinamitado. En Kosovo no va a estallar la guerra mañana. Aunque se vayan los españoles y dejen a sus aliados en la angustia por cubrir todos los espacios que la deserción ha generado. Y que por supuesto afecta a su seguridad. Pero el mapa de Europa y sus vecinos más cercanos, en el Cáucaso, en Oriente Medio, en el Magreb, en el Sahel pero también en Rusia, es complicado. Y si tuviéramos a algún dirigente con sensibilidad para la historia y los mapas, quizás denunciara el alarmante hecho de que las decisiones faldicortas que aquí se están tomando son torpedos dirigidos hacia la línea de flotación del buque trasatlántico de la democracia. Casi es lo de menos que el secretario general de la OTAN, Jaap de Hoop Schefer, haya protestado por las formas en que España ha escenificado esta espantada. Aunque está claro que en Europa y en general en el Occidente democrático y civilizado rigen unas formas que esta tropa de socialistas de barrio que forman el Gobierno de España ni entienden, ni conocen ni respetan. Lo que está claro es que estamos ante un nuevo caso que demuestra el deterioro clamoroso de la posición de España en el mundo. Las majaderías, mentiras y presuntuosidades del presidente del Gobierno ya no causan ninguna sorpresa en Europa ni en el resto del mundo. Lo que comenzó siendo sorpresa chocante y después estupor, hace tiempo que se convirtió en certeza fuera de aquí. Es la convicción de que los españoles somos gobernados por unos personajes que ni siquiera nosotros nos merecemos.

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