Alternancias
ENTIENDO la desolación del PNV ante la perspectiva de perder el Gobierno vasco. Téngase en cuenta que ningún otro partido ha dado tanto a una comunidad autónoma. De entrada, le ha dado el nombre, la bandera, el himno y el ser. Nada hay, en efecto, ... en la identidad vasca contemporánea que no venga del PNV, una fuerza con algo más de un siglo de existencia a la que se concedió la posibilidad, bien aprovechada por su parte, de diseñar una porción de España a su imagen y semejanza. Si, por ejemplo, se hubiese entregado Ciudad Real a los comunistas para que montasen una Cuba manchega, más de uno se habría irritado por la insensatez del experimento, pero en el País Vasco no chistó nadie ante algo perfectamente equiparable, ni la izquierda ni la derecha. Lo que no deja de ser lógico: antes del PNV no había vascos, es decir, sujetos que se definiesen como tal por llevar tales o cuales apellidos o por la circunstancia de que sus abuelos fueran oriundos de Motrico, pongamos por caso, aunque ellos mismos hubieran nacido y residieran en Majadahonda o en Cochabamba. O pertenecientes a otra categoría, sin apellidos ni abuelos, a los que se permitiese ostentar el título por los servicios prestados a Euskadi (léase, al nacionalismo). Es cierto que, en el vigente Estatuto de Autonomía, se hace derivar la identidad de un criterio administrativo, el avecindamiento, pero eso nunca ha funcionado, como es sabido, e incluso los aspirantes no nacionalistas a la presidencia de la comunidad se sienten obligados a reclamar su inclusión en uno de los dos tipos de pertenencia socialmente admitidos.
Resulta curioso, en tal sentido, el entusiasmo con que los socialistas coreaban lo de Patxi Lehendakari, la noche del 1 de marzo. Lehendakari es un término calcado sobre los vocablos fascistas de los años treinta que se referían al caudillaje de masas, como Führer, Duce, Conducator y, por supuesto, Caudillo, de los que es estrictamente sinónimo. No se tome como una crítica al PSE (de haber estado el PP vasco en su situación, habríamos oído lo mismo de Basagoiti). Son detalles que hoy no parecen tener importancia, aunque bajo la Segunda República y aún en la guerra civil constituyeran indicios reveladores de los gustos e inclinaciones de un partido -el PNV, por supuesto- que incluso sus aliados de izquierda consideraban afín a la extrema derecha. Ahora sólo indican (lo que ya es bastante) la dificultad de rebasar el imaginario nacionalista, aún con el PNV en la oposición.
No creo que ETA sea una maldición endémica y fatal en la vida española, pero es difícil que se extinga si el nacionalismo vasco, y el PNV en particular, no renuncia de una vez por todas al horizonte del secesionismo. No hay visos de que se avendría a ello si conservara el gobierno, pero, apartado del mismo, es previsible que todo el campo abertzale se radicalice en una dirección frentista, y así cabe interpretar la declaración de Ibarretxe sobre un PNV gobernando en la sombra. Un hipotético gobierno de López con el apoyo del PP se enfrentaría a una fronda municipalista y a un incremento simultáneo del terrorismo y de la violencia callejera. La opción, muy tentadora, de mantener las formas de un nacionalismo moderado y razonable (como el que el candidato socialista no dejó de escenificar durante la campaña, con su invocación a la figura de José Antonio Aguirre, primer lehendakari nacionalista) no impresionaría en absoluto a un PNV victimista, que vería en ello una usurpación insultante de sus propios símbolos. No está el patio, en fin, como para jugar a Michael Collins.
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