En el «Fondo» hay soluciones
La deuda y la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos y el alto endeudamiento en Europa han puesto en jaque a los gobiernos, ansiosos de encontrar soluciones urgentes ante el galopante avance de una crisis económica que amenazaba la solvencia y estabilidad de estados, como California, ... y el desplome de países en cascada como Rumanía, que hace unos días solicitó oficialmente auxilio en forma de crédito al Fondo Monetario Internacional (FMI) para afrontar una situación económica de emergencia.
Los millonarios planes de salvamento que los distintos estados han puesto en marcha para recuperar sus economías agotan sus últimos cartuchos y ahora se buscan soluciones conjuntas a una crisis global, unas soluciones que supuestamente se adoptarán en la cumbre del G-20 del próximo 2 de abril en Londres, aunque los prolegómenos ya han dejado muy claro que hay dos modelos enfrentados: uno, el de Estados Unidos, basado en inyectar dinero público a saco en las economías y otro, el que defienden la mayoría de países de la Unión Europea, consistente en dotar de mayores recursos al FMI y de ampliar sus funciones de supervisión y vigilancia para poder acudir al rescate de los países acorralados por la crisis, en resumen, que este organismo pueda aumentar su capacidad crediticia para apoyar a los mercados que sufran reducciones en los flujos de capital y de esta forma estimular la demanda. Una opción que, por otro lado, el Fondo lleva reclamando desde hace meses como respuesta a las peticiones de ayuda de varios países.
Impulso fiscal
De hecho, uno de los compromisos de la pasada cumbre de Washington fue que cada país destinará un 2% del Producto Interior Bruto (PIB) a políticas de impulso fiscal. Un estudio llevado a cabo por el FMI para analizar el impacto de estas políticas fiscales en el crecimiento económico pone de manifiesto que la repercusión de estas medidas en el PIB de los países es prácticamente mínima. Como dice el refrán, para ese viaje no hacen falta tantas alforjas.
El caso español es uno de los mejores ejemplos de economía que más recursos públicos ha destinado a planes de salvamento, que más déficit ha generado y menos impacto ha tenido en el crecimiento económico. De los países que acudieron a la reunión del G-20 el pasado mes de octubre, España es el que más dinero público (en porcentaje del PIB) ha destinado a estos planes en 2008. En total, dedicó un 3,1% del PIB, más de 30.000 millones de euros a este tipo de medidas discrecionales. Si sumamos las previsiones para el trienio 2008, 2009 y 2010 nuestro país, con un gasto conjunto del 4,5% del PIB, más de 45.000 millones de euros, que se traduce en déficit y deuda, sólo es superado en esfuerzo fiscal por Arabia Saudí y Estados Unidos. Y con este gasto, España va a conseguir un crecimiento en dos años de un punto en el mejor de los casos.
El caso de España
Las cifras de España son muy significativas si se compara, por ejemplo, con el caso de Alemania. Según los datos del Fondo Monetario Internacional, las medidas adoptadas en Alemania son del 0% del PIB en 2008, del 1,5% en 2009 y del 2% en 2010; es decir: el Gobierno alemán se va a gastar entre este año y el próximo un 3,5% de su PIB en medidas para reactivar su economía, un punto menos que España. Pero su impacto en el crecimiento será mayor: entre cuatro décimas y 1,2 puntos este año y entre tres y nueve décimas el próximo. Sumando estas cifras, tenemos que Alemania, con un déficit del 3,5% del PIB generará 2,1 puntos de crecimiento, más del doble que España que, sin embargo, ha gastado mucho más.
Lo que compete ahora a los líderes mundiales es acercar posiciones y acordar medidas conjuntas para una crisis global. El 2 de abril las primeras potencias mundiales se reunirán bajo el paraguas de la peor crisis bancaria internacional. La confianza en el sistema bancario ha caído, las grandes entidades han fracasado y países de todo el mundo han entrado directamente en recesión, con un comercio en claro descenso y un desempleo que ha tomado una carrera ascendente.
El tenso pulso que mantienen Estados Unidos y Europa no va a poner en peligro el futuro de las conversaciones, a juicio de Juan Velarde, profesor emérito de la Universidad Complutense y de la Universidad San Pablo-CEU. Cree el profesor que «las negociaciones del G-20 son tan gaseosas, y en el fondo tan poco significativas, que imaginar una ruptura por criterios dispares sobre el gasto público, que también existen dentro de Europa parece inimaginable», advierte. Aprovecha Juan Velarde para recordar que Estados Unidos debe vigilar mucho su gasto público y, por cierto, también España.
Alemania dice no
La cita de abril en Londres será la primera experiencia del presidente estadounidente, Barack Obama, en la diplomacia económica y Washington quiere arrancar de los líderes mundiales un compromiso de gasto, que permitiría, según sus cálculos, impulsar la maltrecha economía global, aunque esta decisión le costase enemistarse con países de la Vieja Europa como Alemania, cansada del uso y abuso de masivas subvenciones públicas para solucionar las crisis económicas globales y también particulares. Mucho tiene que decir España en este punto. La canciller alemana, Ángela Mekel lo ha dejado muy claro: su Gobierno no piensa apechugar con «comportamientos irresponsables del sector privado y de los gobiernos», reflexión a la que también podría sumarse Francia. Estos países quieren centrar el debate de la próxima cumbre en redefinir las leyes que regulan los mercados financieros. Están entre los que piensan que la principal causa de la crisis está en una regulación permisiva, por lo que entre sus objetivos prioritarios está aumentar el control sobre las firmas de capital privado.
El Gobierno de Obama no está dispuesto, sin embargo, a afrontar el ajuste solo y aumentará hasta el límite la presión sobre Europa para inyectar más dinero en el FMI y acometer un rescate global. El Ejecutivo norteamericano se pone como ejemplo de iniciativa, de reacción frente a la crisis. Ha desembolsado ya casi 700.000 millones de euros en su plan de rescate y ahora cree que ha llegado el turno de los demás.
Contribución estimada
De momento, y con el objetivo de dotar de mayores recursos al FMI, Japón ya propuso en su última reunión del G-7 en Roma que aumentaría su aportación con un préstamo de 100.000 millones de dólares (77,5 millones de euros), por lo que se supone que el resto debería ser aportado por Europa, Estados Unidos y los países emergentes. En este reparto, los países europeos, fundamentalmente aquellos que tienen superávit, estarían dispuestos a realizar una contribución estimada de entre 75.000 y 100.000 millones de dólares —60.000 y 80.000 millones de euros—.
El FMI también ha puesto su granito de arena y ha desembolsado 50.000 millones de dólares (39.000 millones de euros) para ayudar a gobiernos que están en apuros. Esta hucha no se ha quedado a cero, en la actualidad dispone de otros 200.000 millones de euros (155,2 millones de euros). ¿Serán suficientes para el rescate de unas economías dañadas y que funcionan bajo la sombra de la incertidumbre? Parece que no, y es más, las necesidades, según las propias cuentas que ha realizado el organismo internacional, pueden llegar a alcanzar hasta los 500.000 millones de dólares —400.000 millones de euros—.
Más desequilibrios
Según explica Juan Velarde, el FMI nace con la finalidad de ordenar la situación cambiaria mundial con el patrón oro-dólar. «Poco a poco se ha convertido, como dijo Keynes, en un banco para arreglar situaciones de crisis económica. Lo que se intenta es salvar economías emergentes que, a su vez, al cortar su tráfico con economías más desarrolladas pueden originar aumentos de la crisis. Pero esto es dudoso que se arregle duplicando la dotación del FMI, a costa de desequilibrios presupuestarios de las naciones más importantes».
Desde Europa, los Veintisiete se han manifestado de acuerdo con la opción de que los Estados miembros aporten una contribución conjunta para doblar temporalmente la dotación de este organismo internacional. Esta misma semana se conocía que otro país europeo, Rumania, había solicitado ayuda a Bruselas y al FMI para superar la grave crisis financiera por la que atraviesa, tal y como aseguraba Joaquín Almunia, comisario europeo de Asuntos Económicos y Monetarios. Almunia explicó que una vez recibida la petición formal de Bucarest, comenzarán las negociaciones para determinar el importe de la asistencia y las condiciones exigidas.
El Este pide auxilio
Con esta petición, Rumania se convierte en el tercer país comunitario en recibir un crédito de la UE para solventar su desequilibrio corriente, después de Hungría y Letonia. La Comisión planea utilizar, como ya hizo con los otros dos países, el instrumento para la estabilización de la balanza de pagos, cuya dotación se elevó de 12.000 a 25.000 millones de euros. Hungría recibió 6.500 millones y Letonia 3.100 millones, por lo que aún queda disponible en el FMI una cantidad razonable.
Pero, ¿podrían aprovecharse algunos gobiernos «menos responsables» de estos recursos en detrimento de otros? Según Velarde es muy posible «y, desde luego, los altos niveles de corrupción que existen en los países menos desarrollados, según datos de Transparencia Internacional, no abonan la responsabilidad de estos gobiernos».
Otras solicitudes
Pero las peticiones del Consejo de ministros de Economía y Finanzas no terminan aquí. Consideran que el FMI debería de ampliar sus tareas de supervisión para incluir al sector financiero y, además, abogan por reforzar su cooperación con el Foro de Estabilidad Financiera, organismo que reúne a las autoridades y supervisores de economías desarrolladas y a representantes de organismos multilaterales, como el BCE, el FMI y la OCDE. También consideran necesario establecer mecanismos rápidos de alerta para prevenir posibles crisis.
El G-20 se espera movido. Ahora sí, el consenso está asegurado en una cosa: China y Arabia Saudí deben realizar nuevas aportaciones económicas.
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