Hazte premium Hazte premium

Marsé, en primer plano

Marsé, en primer plano

Marsé en estado puro. El premio Cervantes ultima su nueva novela mientras prepara su discurso «cervantino» para el 23 de abril. La summa de su obra, reunida por Ana Rodríguez Fischer en «Ronda Marsé» (Candaya) se complementa con el documental «Un jardín de verdad con ranas de cartón», de Xavier Robles; el autor de «Si te dicen que caí» recorre sus motivaciones vitales y sus motivos novelescos. Su escenografía de la memoria «flota en el aire sostenida por extraños hilos». Aunque pueda parecerlo, no estamos ante un escritor realista. Como señala Marcos Ordóñez: «Marsé nunca es real y siempre verdadero».

En su piso barcelonés y su casa marinera de Calafell, el escritor se confiesa más deudor del cine que de la literatura. Ava Gardner y Marlon Brando le observan desde sendas fotografías de acharolado blanco y negro. El 28 de julio de 2008, Marsé recuerda al entrevistador su condición de hijo adoptivo, «una historia que sería una novela aparte que no voy a escribir nunca». La adolescencia como aprendiz de joyero legó una concepción artesanal de la escritura y el lema que preside su despacho: «El esmero es la única convicción moral del escritor». Los años sesenta tienen nombres: el editor Barral, empeñado en hacer de él un «escritor obrero» y los poetas Gabriel Ferrater y Gil de Biedma: dos partidarios de la felicidad con sabor a ginebra.

Sexo y antifranquismo

«Últimas tardes con Teresa» desvela la conciencia del escritor. Pese a las lecturas del marxismo interesado, la figura del Pijoaparte no encarna intencionalidad política: «Lo que me lleva a escribir tiene más bien que ver con mis sueños personales», sostiene Marsé. Superar la censura en aquellos tiempos resulta más duro que escribir; el sexo asusta más que el antifranquismo. Robles Piquer le sugiere que cambie la palabra «muslo» por «antepierna». Con dictadura o con democracia, Marsé tiene siempre un «No» contra las imposiciones nacionalcatólicas o identitarias. Anticlerical y antinacionalista, escribe en castellano «porque le da la real gana». En otro fragmento del documental recuerda su relación con «la marquesa», amante de Vigón, que le proporcionó un trabajo mientras el militar fue ministro de Franco.

Sin pelos en la lengua y lector del Séptimo Arte, la traslación de sus novelas al celuloide le produce grima. Por culpa de Andrés Vicente Gómez, «El embrujo de Shanghai» no pudo ser una película con guión de Víctor Erice. La adaptación de Fernando Trueba le parece malísima, al igual que las versiones -o visiones- que perpetró Vicente Aranda.

Interior-día. Con una foto de Robert-Louis Stevenson en la estantería, Juan Marsé lee el borrador de un capítulo de su última novela. Un fragmento de carga autobiográfica que ilustra sus encontronazos con los «peliculeros». En el verano del 82, se encuentra con un productor «prepotente y mercachifle» y el director Juan Antonio Bertrán, «distinguida gloria del cine español de los años cincuenta». Se proponen llevar a la pantalla una historia basada en un hecho real acaecido en 1949: una prostituta estrangulada en la cabina del cine Delicias. La descripción no deja dudas sobre la identidad del director: «Autor de una filmografía muy crítica con la Dictadura, valiente y bien intencionada pero, lamento decirlo, bastante plasta. Las orejeras ideológicas de este director constriñeron su indudable talento y todas sus películas de denuncia, tan celebradas antaño, adolecen de una fastidiosa monserga ideológica y política. Han envejecido mal debido a su didactismo maniqueo y hoy lucen unos resabios panfletarios marca PCE que dan grima...» Marsé evoca a Bertrán (Bardem) «muy a gusto bordeando el panfleto y, según pude comprobar en nuestra primera entrevista, seguía empeñado en ello».

El éxito suscita en nuestro escritor escaso interés. Prefiere el fracaso «porque te enfrenta con la esencia de la vida». El mundillo literario y sus pompas se le antoja obsceno. Más que firmar libros prefiere la soledad del escritor. Los intelectuales le producen alergia: «Cuando juntas más de cuatro es un peligro». Nuestro mejor novelista sabe distinguir la literatura de la vida literaria. Ante los espejismos de la fama, recomienda, «hay que tener siempre preparado un no». Mientras tanto, Marsé sigue pensando en su discurso del Cervantes.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación