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No hay gobierno para esta crisis

LOS nuevos datos del paro hacen incomprensible que el Gobierno aliente la expectativa de que la caída del empleo se está moderando, como hicieron ayer altos cargos del Ministerio de Trabajo. Aunque así fuera, se trata de un análisis ofensivo para la opinión pública y, sobre todo, para los 3.481.859 ciudadanos que engrosan las filas del INEM, ya descontados los parados incluidos en otras categorías creadas por el Ejecutivo para mitigar el impacto de este drama. Lo mejor que puede hacer el Gobierno es guardarse sus pronósticos optimistas porque sólo contribuyen a la confusión y al desánimo. La realidad es otra. En febrero pasado llegaron al paro 154.058 personas, lo que supone un crecimiento anual de 1.166.528 personas. Además, la Seguridad Social ha perdido más de un millón de afiliados en el último año. Los gastos por desempleo desbordan ya las cuentas presupuestadas por el Gobierno para 2009. Por si fuera poco, el BBVA ha hecho público un estudio que vaticina para este año una recesión del 2,8 por ciento, que será del 0,2 en 2010; y la tasa de paro llegará en 2009 al 17,7 por ciento, y al 19,7 el próximo. El cuadro lo remata el ICO, que ayer dio a conocer una caída del 1,5 por ciento del índice de confianza del consumidor.

Este es el escenario de una crisis en la que falta un Gobierno con autoridad política y solvencia técnica para decidir medidas eficaces y reformas estructurales de los mercados. El Ejecutivo de Zapatero está fuera de juego y su situación interna reclama una crisis de gobierno, como mínimo. El vicepresidente económico, Pedro Solbes, envidia a los ministros que cesan, protagonizando una escena patética de abatimiento político. Los resultados de las elecciones gallegas demuestran que los ciudadanos -sobre todo los afectados por la crisis de los sectores industrial y de servicios- ya empiezan a pasar factura al PSOE. Los datos de las elecciones vascas dejan al Gobierno en precario en el Congreso de los Diputados. Y, mientras tanto, el presidente del Gobierno se enroca en un discurso populista de políticas sociales, cada día menos eficaz incluso como propaganda y que sólo ofrece analgesia a corto plazo para los problemas de la crisis, pero no soluciones.

La crisis es, evidentemente, internacional, pero los datos del desempleo del mes de febrero acreditan que en España hay factores específicos que nos separan, a peor, de las medias europeas y a los que no se está dando respuesta siquiera para aprovechar sus efectos purgadores, como argumentó en su día el vicepresidente Solbes. El monumental déficit público que se está acumulando va a lastrar la recuperación durante muchos años, al mismo tiempo que consolida los aspectos más intervencionistas del sistema económico, privando de recursos públicos al Estado y sin que este gasto tenga la contrapartida de relanzar a los sectores productivos de manera estable y duradera. España no tiene un Gobierno en condiciones para afrontar la crisis. No lo tiene para tomar medidas impopulares, que acaban siendo inevitables, ni para liberarse de prejuicios ideológicos, con reformas del mercado de trabajo o aprobando un rebaja de los impuestos, como le proponen expertos e instituciones. No hay solución fácil ni aislada a una crisis de este volumen, pero incluso cuando los márgenes de actuación política son estrechos, toda sociedad necesita contar con un liderazgo que dé sentido a los sacrificios que debe afrontar. Liderazgo que tampoco existe en España.

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