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La inestabilidad social por la crisis centra la Asamblea Nacional china

En una plaza de Tiananmen tomada por miles de policías y soldados, mañana arranca en Pekín la reunión anual de la Asamblea Nacional Popular, el máximo órgano legislativo del régimen chino. En realidad, la pluralidad política y el debate ideológico brillan por su ausencia en esta especie de Parlamento orgánico, ya que la mayoría de sus casi 3.000 diputados pertenecen al Partido Comunista y/o al todopoderoso Ejército Popular de Liberación.

Sin embargo, el encuentro de este año ha cobrado una especial relevancia por el impacto que ha tenido en China la crisis financiera global. Convertida en la tercera economía del planeta, tras Estados Unidos y Japón, la “fábrica global” ya está sintiendo en sus carnes la reducción de las exportaciones por la caída del consumo en todo el mundo.

Desde el estallido de la crisis, se calcula que 20 millones de emigrantes internos han perdido sus empleos en las factorías de la industrializada costa, como Guangdong, Fujian, Zhejiang o Jiangsu, y han debido regresar a sus casas en las paupérrimas provincias agrícolas del interior, como Sichuan, Anhui, Hubei o Henan.

A éstos hay que sumar los 7,5 millones de licenciados universitarios que accederán este año al estancado mercado laboral, que necesita, como mínimo, un crecimiento anual de la economía del 7,5 por ciento para generar 30 millones de nuevos puestos de trabajo. Todo lo que sea inferior a dicha cifra es una mala noticia para Pekín, como las que se vienen produciendo durante los últimos meses.

Por primera vez desde 2001, el incremento del Producto Interior Bruto (PIB) fue “sólo” del 6,8 por ciento durante el último trimestre del año pasado, lo que arrastró el cómputo global al 9 por ciento. Aunque esta tasa sería motivo de envidia en cualquier otro país, no lo es en una economía con las gigantescas dimensiones del “dragón rojo”, donde, además, supuso un descenso de casi tres puntos con respecto a 2007.

Como consecuencia, el índice oficial de desempleo en las ciudades, que excluye a los emigrantes internos que proceden del campo, ha subido al 4,1 por ciento y es seguro que alcanzará su cuota más alta desde 1980. Si no lo ha hecho ya, porque otras estimaciones, como la efectuada por la Academia China de Ciencias Sociales, elevan el nivel real de desempleo en el 9,4 por ciento.

Todos estos factores han hecho saltar las alarmas en Pekín, ya que la legitimidad política del régimen que pilota el Partido Comunista se ha basado, precisamente, en la prosperidad económica y la notable mejora de las condiciones de vida. No en vano, el Gobierno chino teme que la crisis y el creciente paro disparen el riesgo de inestabilidad social, que podría estallar en forma de protestas como las que ya se han desatado en las provincias manufactureras del sur debido al cierre masivo de 67.000 empresas.

En un discurso reciente, el primer ministro chino, Wen Jiabao, advirtió de que el “tsunami” financiero global seguía extendiéndose por el coloso oriental y de que el país “deberá estar preparado para tomar medidas más firmes y acciones más fuertes cuando sea necesario”. Además, Wen Jiabao reconoció que el Gobierno tenía que “animar a los trabajadores que han perdido sus empleos a empezar nuevos negocios ofreciéndoles incentivos fiscales y oportunidades de aprendizaje”.

Para hacer frente a la crisis, Pekín ya anunció en noviembre un plan de estímulo de la economía dotado con 4 billones de yuanes (464.813 millones de euros). Pero luego este “New Deal” de ojos rasgados, que debe ser aprobado por la Asamblea, se desinfló bastante porque incluía cuantiosas partidas ya presupuestadas anteriormente, como las destinadas a la reconstrucción tras el terremoto de mayo en Sichuan.

Por ese motivo, es probable que la Asamblea Nacional amplíe dicho plan con nuevos fondos adicionales, especialmente destinados a los campesinos del depauperado mundo rural y a las inversiones en grandes obras públicas para incentivar el empleo.

Según informa Bloomberg citando a Li Deshui, miembro del grupo económico de la Conferencia Político-Consultiva del Pueblo Chino y anterior director de la Oficina de Estadísticas, el primer ministro Wen Jiabao anunciará “un nuevo plan de estímulo” para impulsar el sector manufacturero y las infraestructuras.

A pesar de la crisis, el régimen chino no quiere descuidar su ascenso como potencia y, para ello, ha revelado hoy un incremento del 14,9% en los gastos militares durante 2009. Aunque el portavoz de la Asamblea, Li Zhaoxing, tildó esta subida de “modesta”, Pekín viene elevando su presupuesto de defensa más de dos dígitos durante los últimos años, lo que ha alarmado a EE.UU. y a Japón.

Oficialmente, China destina 480.700 millones de yuanes (55.852 millones de euros) a su Ejército, el más mayor del mundo con 2,3 millones de soldados, pero los analistas coinciden en que la cantidad real podría ser dos o tres veces mayor. Aun así, se sitúa muy por detrás de los gastos militares del Pentágono, que durante la Administración Bush subieron un 30 por ciento y alcanzaron la cifra más alta desde la Segunda Guerra Mundial al rebasar los 515.400 millones de dólares (410.010 millones de euros), sin contar las astronómicas partidas para las guerras de Irak y Afganistán ni el programa de armas nucleares.

Al margen de estas polémicas castrenses, el régimen chino descubrirá mañana sus armas para luchar contra un enemigo mucho más fiero: la crisis.

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