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Justicia poética

SI había una hipótesis que desagradase a Zapatero en el panorama electoral del País Vasco era el de depender del apoyo del PP y/o de la UPyD de Rosa Díez para desalojar a Ibarretxe de Ajuria Enea. Su diseño ideal pasaba por la posibilidad de compartir el poder con el PNV, bien mediante un triunfo de Patxi López o de una victoria insuficiente del bloque nacionalista; ése era el sueño de transversalidad desde el que pensaba practicar su conocida afición por la ingeniería política. No le ha salido del todo bien, y ahora está ante una tesitura difícil para sus preferencias: si el PSE gobierna en Vitoria desde una coalición constitucional, parlamentaria o ejecutiva, el presidente perderá a los únicos aliados con los que apuntalaba su precaria mayoría en el Congreso, y si le tiende un cable al nacionalismo derrotado provocará un escándalo entreguista tan sonado que arrasará sus posibilidades en el resto de España.

No le quedan muchas opciones después del fracaso en Galicia, donde ha puesto su prestigio personal en juego volcándose en la campaña sin conseguir mejorar los resultados de su candidato, Touriño el despilfarrador. Para maquillar ese fracaso necesita sentar a López en la «lendakaritza», asumiendo el antipático coste de depender de su principal adversario que, si es inteligente, rehusará entrar al poder y se limitará a apoyar la investidura del primer presidente vasco no nacionalista. A Rajoy le ha salido bien un retroceso objetivo, si sabe administrarlo con talento y mesura.

El líder del PP sale como ganador de una jornada afiladísima que tenía para él ribetes de encerrona. El cuestionado Rajoy tiene ahora credenciales para plantar cara a sus críticos y reafirmarse en su estrategia. La recuperación del poder en Galicia, su Galicia natal, donde un segundo revolcón le habría quebrado su ya menguado crédito, le da oxígeno para resistir el acoso que viene sufriendo desde dentro y desde fuera. Ha escapado vivo del acoso judicial y mediático al PP, y esquivado la cornada de quienes no daban un euro por su futuro inmediato. Necesitaba un éxito para engordar su flaca hoja de resultados, y lo ha logrado de la mano de Núñez Feijóo, un dirigente contenido, moderno, el típico candidato de las clases medias que construyen mayorías. La victoria gallega quizá no sea suficiente para borrar su estigma de perdedor, pero al menos le permite ganar tiempo hasta el desafío de las europeas y agrandar su referencia interna, el papel de la dirección nacional del partido como instancia de seguridad en momentos críticos. Frente al derroche inmoral y desaprensivo de Touriño, la obsesión soberanista del Bloque y las ínfulas virreinales de Anxo Quintana, ese triunfo moderado y liberal constituye un acto de cierta justicia poética; frente a la locura del nacionalismo excluyente vasco, la mayoría constitucional es simplemente un trance de justicia necesaria.

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