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El miedo y la gentuza

MI mejor amigo en Lazcano, ese pueblo que algunos llaman ahora Lazkao -vayan ustedes a saber por qué-, se ha metido en la «herriko taberna» con un martillo pilón. Y les ha reventado la cafetera, el ordenador y la máquina de tabaco. ¡Vaya por Dios! ... Se llama Emilio Gutiérrez, no le conozco y debe de ser uno de los pocos de su edad que no se ha tuneado el nombre para ser Jemilio o Txutierrez. Cierto, no todos lo hacen por gusto. Se hace por miedo. Papá y mamá quieren que el niño vaya a la ikastola integrado. Y por eso dan ellos el primer paso para ese principio de la vida en cobardía. Emilio se sigue llamando Emilio y Gutiérrez. Y pensó el otro día que estaba hasta las pelotas. Vendrán muchos cursis a decirnos que uno no se puede tomar la justicia por su mano y que su maravilloso grito de guerra de «ojo por ojo» les parece peligroso. Lo siento mucho. Creo que si hubiera habido en las últimas tres décadas más Emilios Gutierrez en el País Vasco, quizás no hubiéramos llegado a sumirnos en el lodazal moral, en la sociedad cobarde, chata y miserable que hoy tenemos en sitios que tanto amamos.

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