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Cazador cazado

HAN sido las encuestas. No la ética, ni la estética, ni las reglas elementales del juego democrático. Lo que ha tumbado a Bermejo ha sido el pánico desatado en el PSOE por los sondeos preelectorales del fin de semana, que sitúan al PP al borde la victoria en Galicia y a Patxi López por detrás de Ibarretxe en el País Vasco. En las filas socialistas cundía la necesidad perentoria de sacarse de encima al ministro torpe y chapucero que se había chamuscado las manos con la pólvora de unas cacerías impresentables. El Gobierno no se podía permitir una última semana de campaña con la oposición percutiendo sobre una pieza insostenible. Zapatero lo hubiese aguantado unos meses o unas semanas, lo suficiente para dar a entender que era él el que elegía el momento del cese, pero la situación se ha vuelto crítica para sus intereses electorales y ha tenido que dejarlo caer. La presión de estos días en el seno del partido era inequívoca, con altos cargos y dirigentes como Bono y López haciendo aspavientos para que el presidente soltase lastre. La montería de Jaén -que Bermejo, en el colmo del despropósito, confundió con la provincia de Ciudad Real para justificar su indefendible olvido del permiso de caza- ha causado estragos imprevistos en la estrategia gubernamental, pero ahora tienen unos días para tratar de maquillar los desperfectos y ver de convertir en virtud el problema, reclamando a Rajoy que limpie en simetría su propio corral alborotado.

De momento, la ofensiva contra el PP se ha transformado en una derrota parcial. El marcador va cero-uno y el contraataque se ha saldado además con la autoexpulsión del defensa más leñero del equipo, pillado in fraganti en clara vulneración del reglamento. Bermejo fue llamado al Gabinete para repartir estopa en el ámbito judicial en vista de que su predecesor López Aguilar resultaba demasiado blando, pero su estilo le dejaba expuesto a la tarjeta roja. Se le han levantado los jueces y los funcionarios, el Constitucional sigue empantanado y el Poder Judicial lo tuvo que desbloquear el propio presidente, forzado a desautorizar a su ministro cuando anunció una ley para prohibir la huelga de los magistrados. El sainete tardofranquista de la cacería, con su estrambote de cachondeo general entre propios y extraños, hacía obligatoria su salida, pero aun así Zapatero pensaba manejar a su manera los tiempos. No ha podido, el clamor se había escapado de su control y ha terminado arrancándole una crisis. Ojo a partir de ahora, porque no hay nada más peligroso en política que un gobernante sacudido por la rabia de un fracaso.

Con todo, la caída de Bermejo es un éxito democrático de la opinión pública, capaz de depurar conductas inaceptables más allá de la lógica del poder. Ensoberbecido en una impunidad ficticia, el veterano cazador olvidó que hay ocasiones en que hasta los pajaritos le disparan a las escopetas.

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