Jueves, 19-02-09
SE consuma el estado de profunda anomalía en el que se ha sumido España desde que llegó al poder el hombre decidido a diseñarnos el pasado y el futuro, siempre con desprecio a la realidad del presente. Después de abolir el valor de la palabra, el sentido de los acuerdos, el rigor intelectual, la validez de la memoria personal, el aprecio a las relaciones personales e incluso la vigencia de las matemáticas, los hechos y la historia, el inquilino de La Moncloa hace nuevas conquistas en su proceso de reinvención del todo.
Convertido ya el país en un Patio de Monipodio en el que todos los poderes parecen obligados a mentir o fabular, quedaban por dejar claro que cualquier respuesta o resistencia tendría una respuesta contundente por parte del demiurgo. Amedrentar es la consigna. Todo esto es sin duda triste pero no vayan a creer que alcanza la categoría de solemne. En absoluto. Como ha sucedido casi siempre que individuos se encaraman de una forma u otra a posiciones desde las que son capaces de hacer tantísimo daño a su país como en el caso que nos ocupa, la función suele ser grotesca. Durante todo el proceso de maduración hasta que, después eso sí, se convierte en tragedia para millones unos más inocentes que otros.
En el Carnaval organizado aquí desde hace cinco años, se han despertado y cultivado los peores instintos, se ha fomentado el desenfreno ridículo y paleto, se ha institucionalizado la mentira -Gobierno de España-, y se ha querido forzar a retozar en el lodo a toda la población. Ahora estimados amigos, todos dirigidos por una cuadrilla de enmascarados y embozados, nos hallamos ya casi en vísperas de la cuaresma. Será muy dura y seguro que entre los más entusiastas de los festejantes comienzan ya a surgir dudas sobre la necesidad, oportunidad, probidad y decencia de la jarana de autodestrucción en la que nos embarcó nuestro reinventor del mundo.
Que un país con una historia difícil, por supuesto, pero muy larga y digna como el nuestro, tenga hoy que soportar los espectáculos circenses que nuestros gobernantes han auspiciado es ya en sí una tragedia. Que tengamos un ministro de justicia que parece más propio de regentar una barra americana podría ser un problema inicialmente estético. Que tengamos a gentuza en todas partes, en todos los partidos, comportándose como perfectos chulos de barrio tenebroso, es muy triste. Esto lo hay en otros sitios y se combate como procede cuando hay instituciones que funcionan y una sociedad con autoestima que se lo exige. Pero que tengamos al ministro de carcajada de Millán Astray, al juez mitinero, conferenciante y nuevo rico y al jefe de la poli en alegre cambalache antes y después de saber lo que traman es algo que nos debiera dar vergüenza a todos. Y que tengamos a un ministro del Interior que a los delincuentes les parece un indolente y a los demócratas les da terror es ya peligroso. En realidad da miedo todo. Da tanto miedo la ineptitud como la procacidad, la falta de escrúpulos y el desprecio a las consecuencias. Todo este carnaval, que tantos pensaron sería una juerga, nos va a provocar muchas desgracias. Al tiempo.

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