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Una patada a la discapacidad

A Alejandro Vidal Sánchez (La Coruña, 1981) siempre le ha gustado el deporte. Lo mismo se calza unas botas de fútbol sala, que coge la bicicleta de montaña. Todo vale con tal de disfrutar junto a sus amigos. Hace cuatro años, «descubrió» el taekwondo. Un poco tarde, sí, pero justo a tiempo para dar un cambio radical a su vida. «Fue casi por casualidad. Yo iba todos los días al gimnasio y veía entrenar a los chicos de taekwondo, así que me picó la curiosidad y me apunté», recuerda con agrado el deportista gallego que convive casi desde su nacimiento con una enfermedad que le impide mover con normalidad sus brazos.

Por culpa de la polirradiculoneuritis, su vida ha estado siempre rodeada de obstáculos. Barreras que él se ha encargado de derribar con un afán de superación sólo comparable a su cabezonería, un extremo que confirma su entrenador, Juan Luis Martínez. «Cuando me dijo que quería entrenar le respondí que no había ningún problema. Éste llega cuando él quiere competir con gente sin discapacidad. Yo sé hasta dónde podemos llegar, pero él supera casi siempre esos límites», reconoce.

Ver competir a Vidal es un espectáculo. Como no puede mover sus brazos con normalidad, cambia las defensas por esquivas. Los reflejos y la potencia en las patadas son sus armas. Aún así, la primera impresión cuando salta al tatami es de sorpresa. «La gente flipa cuando le ve», asegura el técnico, que alaba la capacidad de trabajo de su alumno. «Es un currante nato. Tiene un afán de superación y sacrificio que contagia al resto del grupo, lo que le ha llevado a participar incluso con el equipo de exhibición». Así, Alejandro ha tenido la oportunidad de hacer giras internacionales para demostrar su valía, aunque no siempre le ponen las cosas fáciles. «Es complicado que pueda participar en todos los sitios y soy yo el que tiene que frenarle muchas veces, porque en algunos campeonatos puede tocarle un rival demasiado fuerte y dejarle «seco» de una patada». Pero Alejandro no se rinde. No lo ha hecho nunca. «Me acuerdo de lo que me costó abrocharme por primera vez el botón del pantalón», relata. Un pequeño reto. Como su día a día. «Soy administrativo en la lonja y trabajo por la noche. Cuando llego a casa duermo un poco y luego, antes de ir al gimnasio, quedo con los amigos para tomar algo», afirma. En el «Natural Vidal Armadores» de Riveira pasa casi tres horas diarias. Aquí tiene a «su otra familia», según reconoce el propio Alejandro, que ahora se está preparando para lograr el cinturón negro.

Una vida sin límites

En su particular sala de trofeos, la medalla de bronce del campeonato gallego ocupa un lugar especial. Supone la culminación de un trabajo de cuatro años. La prueba de que no hay límites. «Al principio, los rivales se extrañan, pero cuando «metes» la primera patada, se ponen en guardia y todo cambia. A mi no me importaría competir con gente con discapacidad, pero es que aquí en Galicia no hay casi nadie que haga taekwondo. Así que, o te adaptas, o te quedas con las ganas de competir», asegura el gallego.

Sus objetivos ahora son dos. El primero, participar en el Mundial paralímpico, previsto para el 11 de junio en Bakú, y el segundo, examinarse de cinturón negro, algo que hará a finales de año. Dos nuevos retos que añadir a la lista para satisfacer una curiosidad que parece no tener límites. Él, por lo menos, no se los pone.

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