«¿Tanto mal he hecho para que me encierren?»
En el informe del Defensor del Pueblo sobre los centros de menores existen testimonios verdaderamente desgarradores tanto de los chicos que se encuentran acogidos como de los educadores que los cuidan. Uno de los casos que más llama la atención es el de una niña ... rumana de doce años, que tras haber sufrido un aborto hacía unos meses, fue ingresada en uno de estos establecimientos. La resolución judicial que justificó su internamiento basaba esta medida en la posibilidad de que «el autor del embarazo pudiera hallarse en el entorno familiar».
Una situación que sembró mil dudas y preguntas en la pequeña. Ella lo contaba así al equipo del Defensor del Pueblo: «Sólo tuve relación con un chico al que quiero. ¿Tanto mal he hecho como para que me encierren aquí? En mi país tenemos relaciones y nos casamos muy pronto. Además, si sospechan de alguien de mi familia, que le hagan pruebas. Este centro no es para mí: aquí aprendo cosas de los chicos mayores que no me gustan. ¿Es esto justicia? ¿Cuándo voy a poder salir?».
Siempre decir «sí»
En otra entrevista, un menor narraba sus objetivos a corto plazo para acceder a una fase más avanzada del proyecto educativo: «Hay que decir que sí a todo lo que te mandan para que te dejen en paz, porque, si rechistas, es peor. Como se enfaden te pueden hacer una contención y encerrarte varios días. O incluso darte una pastilla para tranquilizarte que te deja para el arrastre».
En otros momentos, los menores se quejan de la gran cantidad de sanciones que les imponen sólo por acciones indisciplinarias muy leves, como silbar en los pasillos, hablar cuando sirven la comida o bajar rápido las escaleras.
Un grupo de educadores reconocía tantas injusticias: «Muchas de las intervenciones educativas no son adecuadas, llegando a constituir un maltrato psicológicos y en ocasiones también físico. Se abusa cotidianamente de la contención física y casi nunca se realiza de manera adecuada, poniendo habitualmente en grave riesgo físico al menor».
Uno de los profesionales contaba lo que había vivido en la propia piel: «Hay casos de educadores de casi dos metros y más de cien kilos que contienen a una menor de 14 años durante más de una hora, inmovilizándola tres veces en el suelo, recién fregado con lejía, sin que la conducta de la niña fuera un riesgo para sí misma ni para los que la rodeaban. Tras las contenciones, ningún médico revisa a los menores».
El panorama resulta aterrador en otras ocasiones. El mismo grupo de educadores decía: «Recurrir a la separación de grupo es una estrategia usada de forma igualmente abusiva y puede hacerse en lugares tan inadecuados como los lavabos, donde un menor puede pasar horas, por ejemplo, por haber eructado».
Críticos con la aplicación de este tipo de medidas, los educadores prosiguen: «Las separaciones de grupo en realidad se convierten en situaciones de aislamiento, ya que los menores son encerrados solos y sin que puedan realizar ninguna actividad, ya que su habitación es vaciada completamente. Sólo se les hace llegar la comida y por la noche se les pasa el colchón».
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