Viernes, 30-01-09
TODO el fuego cruzado que de manera cruenta se vive en el seno del Partido Popular, sea quien sea el objetivo, pasa por el cuerpo de Mariano Rajoy. No hay bala que no le roce. Es innegable que el gallego tranquilo resulta el destino final de alguna de ellas, pero resulta constatable que, a pesar de su legendaria piel de elefante, sufre heridas de fuego amigo y de los consabidos efectos colaterales de toda batalla declarada. Hoy no está de moda defenderle. Hay incluso quienes creen que hacerlo esconde la perversa intención de mantenerlo en el poder de la derecha española para así hacerle más fácil el trabajo a la izquierda. Por una cosa o por otra, no pasa un día sin que registre un acoso desde fuera o desde dentro.
Y, en realidad, ¿quién es Rajoy? De momento, el hombre que aglutinó el 84 por ciento del voto de sus militantes poco después de haber perdido unas elecciones por segunda vez. Es decir, el hombre al que los votantes eligieron independientemente de lo que se conspire en los restaurantes de Madrid -España, obvio es decirlo, no es el escaso aforo de los restaurantes de cinco tenedores de la capital-; el hombre que decidió, y fue respaldado para ello, dar un giro a la política del partido en busca del centro; el que no pone el PP a las órdenes de nadie fuera de la estructura de la organización; el que no contribuye al espectáculo innecesario; el que quiere evitar la pelea a toda costa; el que dice lo cierto cuando afirma que quiere «garantizar la unidad por encima de todo».
Su aspecto, ciertamente, no es el de un animador de cruceros: la lotería de los ademanes no le administró gestualidad de líder de masas, la barba le avieja, sus gafas son antiguas y no sonríe con cautividad telegénica. No es el hombre adecuado para la política de maniquí de nuestros tiempos. Pero nadie podrá exhibir jamás el argumento de que Rajoy es un insensato que ha venido a la política a vender un muestrario de extravagancias. Es un hombre tranquilo al que le quieren endosar machaconamente el perfil de pusilánime sin matizar debidamente que una cosa es ser pusilánime y otra bien distinta ser responsable.
Por el contrario: llevo escuchando muchos años a Mariano Rajoy y debo confesar que aún no le he oído decir ninguna estupidez, cosa que, desgraciadamente, no puedo afirmar del resto de la clase política española. Es evidente que sólo con sentido común ni se ganan unas elecciones ni se gobierna en tiempos de desafíos. Pero sin sentido común tampoco. Con todo y con ello su futuro inmediato es inestable y comprometido: determinados elementos de su propia organización afilan los cuchillos para la batalla que se establecerá tras las citas electorales inmediatas, en las que las perspectivas no son precisamente halagüeñas. Los de la acera de enfrente se frotan las manos porque les están haciendo el trabajo sin que tengan siquiera que despeinarse. La cita electoral en Galicia no pinta bien para ellos: de repetirse los resultados de las últimas generales el PP ganaría tres o cuatro escaños -imprescindibles para la mayoría absoluta-, pero lo más probable es que no alcance la posibilidad de gobernar, ya que está en la peor de las circunstancias. Tras ello se puede aventurar que, de forma suicida, irán a por él. Y ¿cuál es la alternativa? ¿Tal vez alguno de los que no dio el paso de someterse a sufragio en el congreso de Valencia? Ante aquellos que creen que todo es mejorable puede esgrimirse el argumento de una realidad aplastante: Madrid no es toda España.
La decisión de Rajoy de no comprometer al partido en apoyo ciego al vicepresidente de la Comunidad de Madrid -al que apartó de la ejecutiva- le está pasando factura. Sin embargo no son pocos los que creen que hace bien en no entrar a trapos envenenados: si Esperanza Aguirre no se querelló contra el periódico que difunde, sin mostrar prueba alguna, que los espionajes son obra de la estructura del gobierno de la Comunidad de Madrid ¿por qué va a comprometer él a todo el partido?
La derecha española haría bien en no dispararse en su propio pie. Son tiempos de mudanza, sépase. Alguien debería salvar al soldado Rajoy. Al fin y al cabo es el que ha mostrado responsabilidad suficiente como para evitar que el militante tenga que elegir entre Esperanza Aguirre y él.
www.carlosherrera.es

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