Los túneles, a cielo abierto
De lejos pareciera que los palestinos han descubierto otro Valle de los Reyes, o que se afanan en descubrir la Ciudad Perdida. Decenas de obreros sacan cubos de arena sin descanso de agujeros abiertos por todas partes, caballos tiran de poleas elevando hasta la superficie escombro a espuertas, carpas como invernaderos acotan los campos de trabajo como si fuera una excavación arqueológica.
Pero lo que los palestinos desentierran es un tesoro mayor que tumbas imperiales o palacios: es su único vínculo comercial con el mundo. Su principal motor económico y fuente de trabajo, en el que se emplean más de 10.000 personas. El cordón umbilical consta de 1.500 galerías por las que la Franja se nutre de pañales, generadores, gasolina, animales vivos, tabaco, repuestos... explosivos y armas. Todo aquello que se pueda imaginar y que Israel no permite importar por los cruces convencionales.
Son los túneles de Rafah, las grutas del contrabando con Egipto cegadas a bombazos por Israel, que una semana después del alto el fuego urge poner en marcha cuanto antes. Sus propietarios están perdiendo dinero y es temporada alta: Gaza está desprovista de todo.
Ya no hay nada que disimular. Los túneles, antes clandestinos, se rehabilitan a cielo abierto aprovechando la tregua. Hasta hay excavadoras gigantes ayudando a retirar las montañas de arena sobrante. «No nos van a parar, si Israel abriera las fronteras no necesitaríamos los túneles, pero mientras tanto tenemos que comer y seguir, aunque nos juguemos la vida para conseguir un poco de fruta para nuestros hijos». Quien habla es Mohammed Heshta, que supervisa los trabajos de reconstrucción de uno de los pasadizos, en el que un equipo de muchachos retira tierra y cascotes al módico precio de 200 shekels -unos 40 euros- por cada dos metros de camino despejados. Una vez reconstruido, Heshta calcula ya el precio al que saldrá el próximo kalashnikov que cuelen del otro lado: «Entre 2.000 y 3.000 dólares... antes de la guerra traíamos unos 60 al día».
Hasta una cría de jirafa
El túnel se hunde 22 metros bajo tierra, tiene un recorrido de 700 metros hasta su salida en el interior de una casa cómplice egipcia, y genera «más de 200.000 dólares de beneficio al mes» para repartir entre los ocho socios inversores. Los hay de hasta 35 metros de profundidad, y tan anchos como para colar una vaca. El zoo de Gaza, ahora aniquilado por Israel, estaba a la espera de recibir a través de una de estas galerías una cría de jirafa.
Las reglas de Hamás exigen un canon mensual de dos o tres mil dólares por explotar cada túnel, y prohíben pasar drogas, alcohol o armas. Un mercado éste que los islamistas pretenden reservarse en exclusiva para impedir que lleguen a manos de sus enemigos de Al Fatah. «Traficamos con blindados», bromean en el túnel.
Si Israel bombardeó esta frontera de 14 kilómetros que separa la Franja de Egipto para acabar con esta boyante industria subterránea, no lo consiguió. Todos los túneles son recuperables... en realidad, nunca dejaron de funcionar.
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