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Aizcolaris en campaña

Aspiran a astillar tres décadas de entramado clientelar y obsesiones identitarias, pero no se ponen de acuerdo ante el reto del derrocamiento de Ibarretxe, que desafía a España encastillado en su amenaza de «consulta» y sus berrinches victimistas. El «iluminado» de Llodio aprovechó bien sus bazas al adelantar las elecciones autonómicas al 1 de marzo y colocarlas en la estela del juicio que le sentó en el banquillo junto a Patxi López por reunirse con Batasuna. Tanto el PSE como el PP se aferran a la quimera del supuesto desgaste que ha sufrido el jefe del Gobierno vasco por causa de sus delirios, pero es difícil calibrar en qué saco terminarán los más de doscientas mil votos proetarras. E igualmente resulta complicado despejar el camino a una entente constitucionalista que, a diferencia de lo que sucedió en 2001 con la alianza Redondo-Mayor, sería en todo caso postelectoral si se suma una mayoría suficiente.

Estrategia con alfileres

En ese clima confuso, José Luis Rodríguez Zapatero protagonizará hoy un mitin en San Sebastián, como padrino de una compleja operación de ingeniería política en la que la fórmula propuesta (Patxi López + guiños al nacionalismo moderado = victoria del PSE) llega cogida con alfileres. Alfileres demoscópicos (el «euskobarómetro») y también políticos, por cuanto se está depositando un exceso de confianza en las posibilidades de derrotar al PNV.

Además, ello no garantiza la posibilidad real de alternancia, porque Zapatero depende en Madrid del apoyo parlamentario del grupo vasco, que no se anda por las ramas: el portavoz Josu Erkoreka ya ha advertido de que si los desalojan de Ajuria Enea, dejarán al Gobierno desasistido. De modo que si Patxi López flirtea con terceros, ajo y agua.

El PSE está basando sus propuestas en un principio (López dice que no entrará en ningún gobierno que no encabece él) y en un mensaje de corte inequívocamente zapateril (la meliflua proclamación de que el socialismo vasco encarna un «pacto entre diferentes»). El elevado fin de tratar de descabalgar al Goliat nacionalista justificaría los medios bendecidos en las cocinas de Ferraz, sometidos a la incertidumbre de un comportamiento electoral que no tiene por qué ser el de las últimas generales, en las que el líder del PSE se apuntó un indiscutible tanto al lograr que los socialistas fueran la fuerza más votada. Otro gallo podría cantar en las autonómicas, donde se desatan los resortes atávicos y en las que hay que ponderar la implicación directa de Zapatero quien, tras el mitin de hoy, tiene previsto otro el día 14 en Vitoria y una última intervención el día 26 en Bilbao. Presencia dosificada y acorde con lo que el propio jefe del Ejecutivo viene arguyendo, en favor de un perfil autonomista: que los focos han de centrarse en López porque, dice, «le van a votar a él».

En el otro flanco, el Partido Popular del País Vasco se ha reconstruido trabajosamente, tras el «terremoto San Gil» y consolida una presencia que aspira a mantener sus quince diputados y a resultar determinante, por lo que Mariano Rajoy, después de participar en el reciente homenaje del PP a las víctimas de ETA en San Sebastián, se ha apuntado también en su agenda una cita el próximo día 31 en Vitoria, un viaje para la pegada de carteles el día 12 y un desplazamiento el día 27, última jornada de campaña.

Juicio a Rajoy

Los comicios pondrán nota a una estrategia que pretendió limar las aristas de la imagen menos dialogante del PP y revelarán si se han apaciguado las aguas internas con la «operación Mayor Oreja». Al colocar al ex ministro del Interior otra vez al frente de la candidatura europea, Rajoy ha logrado dar la puntada de continuidad y coherencia en los postulados, pero queda por ver qué opinarán los votantes, pues aún no está conjurada la tentación de algunos de «abofetear» al presidente nacional, aunque sea en la cara de Antonio Basagoiti. En el camino, además, el Partido Popular ha modulado el mensaje (que ahora evita la descalificación sistemática del PNV), un gesto que quizá vaya dirigido más en dirección al PSE que a los propios nacionalistas.

Los populares, en última instancia, no descartan una higiénica defenestración de Ibarretxe y, llegado el momento, propiciarían la investidura de López. Si ganan los socialistas, se escenificarán trabajosas negociaciones a varias bandas, por lo que no cabe descartar el desenlace de un acuerdo PSE-PP. En ese caso un tal López podría llegar a lendakari sin auspicio de secesionistas, solución óptima frente a los enjuagues de Montilla cuando ascendió a «president». El futuro del País Vasco, paradójicamente, se escribiría derecho pese a los renglones torcidos de la política«cortoplacista» de Zapatero.

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