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El hijo del emigrado llora en Colombia

Salieron de Colombia pensando que el dinero era todo. Les dijeron a sus hijos que volverían, que quedaban a cargo de sus familias, que todo sería distinto. La generación de las remesas, la que a finales de los 90 emigró del país para buscar un mundo nuevo, la que hoy le reporta al país más de tres mil millones de dólares en ingresos, se encontrará con la generación abandonada, la que tuvo todo en dinero pero se perdió por falta de afecto.

Por eso, por primera vez en la historia de Colombia, la Procuraduría ha hecho un estudio sobre los costos emocionales y sociales que lleva consigo la migración. Drogadicción, embarazos en adolescentes, depresiones, ingreso en bandas armadas, abandono de los estudios, alcoholismo. «Hay muchas familias que se han destruido. Estamos ante los huérfanos de padres vivos», explicaba María Helena Jiménez, procuradora de familia de la provincia de Caldas.

El papel de los abuelos

Aunque en la investigación, realizada en las provincias cafeteras de Risaralda, Quindío, Caldas y Antioquia durante el 2008, solo encuestaron a 12.687 personas de hasta 18 años, se corroboró que los abuelos son los que terminan asumiendo la crianza esos niños. En Caldas, por ejemplo, el 72 por ciento está bajo el cuidado de ellos.

Pero como bien anotaba Jiménez, una abuela de 60 años no puede estar pendiente de un adolescente que llega a la medianoche. «Los abuelos ya cumplieron su labor en su momento, y no están ya en condiciones de criar a sus nietos».

Juan Pablo Vélez, subgerente científico del Hospital Mental Universitario de la provincia de Risaralda, dice que a diario atiende casos de niños y jóvenes que presentan problemas psicológicos e incluso psiquiátricos. «Les falta la unidad familiar, autoridad y acompañamiento en una edad que es muy conflictiva», afirma Vélez. «Como tienen poder adquisitivo por el dinero que les envían del exterior, y permanecen mucho tiempo solos, caen en las drogas muy fácilmente», señaló tras mostrar las últimas cifras: hasta junio del año pasado, llegaron 200 menores de edad con problemas de droga, incluidos el consumo de heroína.

Para las familias que asumieron la responsabilidad de criar niños en ausencia de sus padres, tampoco es fácil.

«No teníamos con qué comer. ¿Cómo no iba a dejarla ir para que consiguiera dinero?», le diría a este diario Alicia Rodríguez, de 65 años, madre de Isabel, manicurista en Madrid, quien sostiene a su hija de 5 años, a su mamá y ayuda a una hermana y a un sobrino. «Me canso, no le dedico el tiempo que necesita. Su madre la llama dos veces al día pero la conversación se ha vuelto un monosílabo. La niña es muy pequeña todavía, pero ya en el colegio me hablan de problemas. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Dependemos de esa plata».

Por la misma paradoja pasa Francisco Gutiérrez, de 46 años. Al no conseguir empleo como administrador de empresas, le dio luz verde a su esposa para que viajara a España. Asumió el papel de padre y madre, con el apoyo de su suegra. Los tres viven en la casa que pagan desde hace 15 años. Para pagar la vivienda y ayudar con los gastos de la niña, su esposa decidió quedarse en España. Ella y su hija siguen en contacto, por internet o por teléfono. Pero, según Francisco Gutiérrez, esa presencia es insuficiente. Él ya no siente nada por ella. La niña acude a que la vea una psicóloga.

Resentimiento

«Uno crece resentido», le contaría a este diario Javier Quijano, de 16 años. «Mi mamá me llama y me dice que si me porto bien me manda regalos. Me deja con mi abuelito, que duerme todo el día. Mis amigos me aconsejan que falte al colegio porque mi mamá me dejó acá tirado y nada que manda por mí, como prometió».

Para Arnoldo Quiroz, procurador delegado para los asuntos de infancia, de no tomar medidas urgentes la región del eje cafetero tendrá que enfrentarse a una grave crisis social, pues según él «estos niños se están escapando de las manos de quienes los cuidan».

Ante la posibilidad de que regresen luego de que España suspendiera la contratación de trabajadores inmigrantes tras los altos índices de desempleo, el escenario no es alentador. «Si quiere que su hijo salga adelante», contaría Adela González, tía de un muchacho con problemas de droga de los que su madre no tiene idea, «deberá dedicarle el tiempo perdido. Y mientras tanto, ¿quién trae la plata a la casa? Es un problema de nunca acabar».

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