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Las reducciones jesuíticas de Chiquitos

EN el 2009, año que acabamos de iniciar, se celebrará el IV Centenario de la fundación de las primeras reducciones jesuíticas en Paraguay. 160 años transcurren desde 1609, en que los jesuitas las iniciaron, hasta 1768 en que se produjo su expulsión. Los jesuitas pretendieron crear y organizar un espacio de libertad para el individuo, en contraposición con el encomendero colonial.

En septiembre del 2008 tuve ocasión, durante quince días, de aproximarme a las reducciones de Bolivia, especialmente de la zona de Chiquitos; y a las reducciones guaraníes del Paraguay, precedentes de las bolivianas.

Posiblemente la definición que el Padre Antonio Ruiz de Montoya, en su Conquista Espiritual -1639-, da de las reducciones sea la más idónea: «Llamamos reducciones a los pueblos de Indios, que viviendo a su antigua usanza en montes, sierras y valles, en escondidos arroyos, en tres, cuatro o seis casas solas, separados a legua, dos, tres y más, unos de otros, los redujo la diligencia de los Padres a poblaciones grandes y a vida política y humana, a beneficiar algodón con que se vistan».

La reducción no es original de los jesuitas, aunque fueron ellos los que las desarrollaron. En 1503 -Konetzke, 1953- encontramos «por lo que cumple a la salvación de las ánimas de los dichos indios... es necesario que los indios se repartan en pueblos en que vivan juntamente, y que los unos no estén ni anden apartados de los otros por los montes».

Chiquitos en la historia. Centraré mis comentarios a las misiones ubicadas en Chiquitos, que visité desde Santa Cruz de la Sierra, actualmente la ciudad boliviana con mayor riqueza y potencialidad. La denominación de Chiquitos la formularon los primeros españoles que llegaron a la zona, y observaron que sus intérpretes guaraníes así les llamaban, y por otra parte, les sorprendió el pequeño tamaño de las puertas de sus casas. Chiquitos es un territorio, una provincia, diez pueblos de misiones, un grupo étnico, una cultura, una lengua, un ecosistema... y hoy una vivencia turística excepcional, que se inició en el siglo XVII y aún perdura en nuestros días.

Santa Cruz de la Sierra, fundada por Ñuflo de Chaves en 1561, estuvo ubicada en territorio de Chiquitos hasta que en 1604 fue trasladada hacia el Oeste, fuera del citado territorio, lo que hizo que los indígenas quedaran sin asistencia espiritual. Esta situación motivó que solicitaran a las autoridades españolas la presencia de los jesuitas, que en 1587 establecieron una residencia en la citada ciudad.

Los indígenas que vivían en el área llamada Chiquitos pertenecían a diferentes pueblos con lengua, cultura y costumbres diferentes. Unos eran sedentarios dedicados a la agricultura, y otros nómadas a la caza y a la pesca. Los chiquitos eran muy mayoritarios, de ahí que se unificaran, y hoy día la cultura y la lengua es la chiquitana. El primer pueblo misional fue San Francisco Javier, fundado por el Padre José de Arce el 31 de diciembre de 1691. Desde San Javier se fundaron los demás pueblos: San Rafael -1696-, San José -1698-, San Juan Bautista -1699-, La Concepción -1707-, San Miguel -1721-, San Ignacio -1748-, Santiago -1754-, Santa Ana -1755- y Santo Corazón -1760-.

Los padres jesuitas buscaban el lugar adecuado para fundar las reducciones que se convertirían en pueblos: agua suficiente, tierra fértil y buen clima. Cada pueblo tenía una plaza central con una cruz en medio. A un lado de la plaza se construía la iglesia, el colegio, y los talleres; en los otros lados tres lados se ubicaban las viviendas. A los indígenas se les enseñaba la religión, asistían a la escuela y aprendían artes y oficios. En cada misión había tres o cuatro pueblos indígenas, que recibían el nombre de «parcialidades» con sus caciques y autoridades, con su espacio vital determinado y una población entre tres y cuatro mil personas.

Estructura organizativa. Las misiones de Chiquitos estuvieron formadas por diez pueblos, con dos jesuitas en cada uno de ellos con el objetivo de crear «el reino de Dios en la tierra». La estructura organizativa tenía a su frente un Corregidor nombrado por la Corona entre una terna propuesta por los Padres jesuitas. Las autoridades de cada «parcialidad» eran respetadas y estaban representadas en la estructura, así como el Cabildo formado por doce miembros, así como cristianos ejemplares que desempeñaban varias responsabilidades.

Cada reducción o misión era autónoma. Debía garantizar su alimentación para evitar que los indígenas volvieran a la selva. Cada familia tenía su propio terreno al que destinaba tres días a la semana, y los otros tres a la propiedad colectiva. Tenían espacios para el ganado vacuno, caballar y mular. Del trabajo colectivo se pagaban los impuestos a la Corona, y se facilitaban ayudas a las familias, y para el comercio.

En cada pueblo se desarrolló la música, el canto, la fabricación de instrumentos musicales, la escultura,... Cada comunidad estaba preparada para su defensa, y actuaba en colaboración con las autoridades españolas ante las incursiones de los «bandeirantes» portugueses que deseaban capturar nativos. Las familias tenían arcos y flechas.

Los jesuitas eran, podríamos decir, «los motores» de cada población. Construían, estructuraban, enseñaban a leer y escribir a los niños y niñas..., pero su prioridad era la evangelización a través de la música, el canto, la representación de la vida de Jesús, la celebración de las fiestas... Enseñaron a vivir la vida cristiana, superando supersticiones y costumbres entre ellas la poligamia.

Cuando Carlos III firma en España, en 1767, la expulsión de los jesuitas de sus reinos las misiones/reducciones de Chiquitos estaban en pleno esplendor. Sus 75 años de vida intensa han hecho que su legado haya perdurado hasta nuestros días.

Chiquitos hoy. En su recorrido por Chiquitos el viajero puede disfrutar, como yo tuve la oportunidad de vivir: la cordial hospitalidad chiquitana, aplaudir sus danzas del Sarao y de los abuelos; visitar sus Chozas de Motacú -viviendas típicas-. Ver: tejer una hamaca, moler en tacú o hacer queso. Admirar: las fachadas de las iglesias de San Javier, San Miguel, San Rafael y San José; los Altares Mayores de San Javier, San Ignacio y San Miguel Arcángel; el coro de Santa Ana..., y sobre todo, valorar el amor a la música en la comunidad chiquitana. Desde pequeños aprenden música, cantan, se familiarizan con los instrumentos de cuerda, se integran en coros, conjuntos musicales, orquestas. Es sorprendente que en poblaciones con escasos mil habitantes tengan un coro, una orquesta y varios conjuntos, que participan en el Festival de Música Barroca. Hoy, las reducciones chiquitanas nos permiten revivir un contexto histórico, en muchos aspectos, ejemplar, que ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad.

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