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El coche: de rey a mendigo

«CUANDO se pose el polvo de la presente crisis, sólo quedarán cinco marcas automovilísticas, una norteamericana, otra europea, otra japonesa, otra europeo-japonesa y otra china». Esto no lo digo yo, ¡Dios me libre!, lo dice alguien metido hasta el cuello en el asunto, Sergio Marchionne, director general de la Fiat, que añade con resignado sarcasmo: «Para ganar dinero en este negocio, se necesita fabricar por lo menos seis millones de coches al año. La Fiat no fabrica ni la mitad de esa cifra».

Sin desanimarse por ello, el presidente Bush ha anunciado un plan de 17.400 millones de dólares para salvar sus grandes firmas del automóvil. No se trata sólo de los coches. Es también el acero, las llantas, el cristal, los plásticos de que están hechos lo que corre peligro, un millón de puestos de trabajo en total. En tiempos de bonanza, tal vez se absorberían. En los que corren, sería un auténtico desastre. «La pérdidas causadas por ese desplome serían mayores que la ayuda que vamos a prestar», es el argumento definitivo.

Pero ¿solucionarán esos 17.400 millones de dólares los problemas de la industria automovilística norteamericana? No. No porque los problemas de esa industria no son los coches. Es que no se venden. Antes se vendían 15 millones de coches al año en Estados Unidos. Hoy se venden 10 millones. Toyota, con una tecnología mejor que la norteamericana, anuncia perdidas por primera vez en sus 70 años de historia, lo que la obliga a recortar su producción. Quiere esto decir que cuando se acaben esos 17.400 millones de dólares que Bush va a inyectar a los tres grandes de Detroit a cambio de que se reestructuren, modernicen y recorten sueldos, les veremos acudir de nuevo a Washington a pedir dinero al nuevo presidente. Que no tendrá más remedio que volver a dárselo por las mismas razones que su predecesor. Si queda algo a esas alturas en las arcas públicas.

Este es el futuro de la industria automovilística, no importan los millones de dólares o euros que se le echen. Para España, sin marca propia y simples cadenas de montaje de las extranjeras, el panorama es aún más sombrío. Ahora se ve con claridad el tremendo error que fue no prestar más atención a la investigación propia y a la formación de nuestra fuerza laboral. La primera podría darnos una voz en la reestructuración de la industria automovilística, en vez de depender totalmente de lo que decidan sus centrales extranjeras. La segunda habilitaría a sus empleados para encontrar trabajo en otros ramos industriales cuando lo pierdan en éste. Pues, no les quepa duda, lo van a perder. Pero la investigación y el desarrollo nunca han interesado a nuestros políticos, más preocupados por eso, por la política, y ni siquiera de altos vuelos. ¿Un ejemplo? Acaban de transferir esas competencias al Gobierno vasco, a cambio de apoyar unos presupuestos que no sirven para nada. Y sin que nadie haya protestado, que es lo peor. O sea, que nada de quejas. Tenemos lo que nos merecemos.

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