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Santo Tomás maoísta

HUBO un tiempo en el que se encumbraba con razón la labor civilizadora de las ciudades. Los escudos de todo el mundo en el que merece la pena vivir están marcados por el «civitas» como palabra totémica de la vida en justicia, sabiduría y compasión. ... Todos sabíamos, o creíamos saber, que las sociedades abiertas en las ciudades eran los focos de libertad y ciudadanía desde las que partía, desde la más profunda antigüedad griega, el mensaje de tolerancia, curiosidad, respeto y cultura hacia los más recónditos lugares del campo y la montaña. Aunque todos sabemos que ya da cierto pudor, y además resulta muy ineficaz, utilizar tantas veces las palabras que se profanan tanto a diario. Aquí la auténtica destrucción del lenguaje, quizá sea la mayor y peor huella que deje ese hombre en nuestra historia, comenzó cuando el Gran Timonel Zapatero, al que las palabras y su sentido jamás importan, manifestó aquello de que «las palabras deben estar al servicio de la política». Así ha sido y así se han derrumbado en este país el derecho y el respeto que tanta gente, con tanto esfuerzo y responsabilidad, había logrado construir.

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