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Noble esplendor

CLÁSICA
Ibermúsica
Obras de Mahler y Wagner. Intérpretes.: A. Kampe, R. Dean Smith, S. Connolly, S. Gadd, London Philharmonic Orchestra. Dir: V. Jurowski. A. Nacional
ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE
Cada época tiene sus símbolos, sus iconos. El romanticismo abunda en ellos pues todos configuran una de las idiosincrasias más plurales que se han dado en la historia. Por ejemplo, la noche, la oscuridad en la que se penetra cuando arde el deseo de consagrarse a lo más profundo, al amor que bulle desde el inconsciente y ronronea como si de un sonido mágico se tratase, intangible. «¿Qué mentiras te dijo el pérfido día?», pregunta Isolda a Tristán, «quería yo huir, hacia la noche llevarte conmigo.» Se dice en la obra de Wagner, en el segundo acto de su «Tristán», «un sublime milagro», en las siempre modestas palabras del autor.
El púbico de Ibermúsica ha tenido la fortuna de escuchar esta historia conmovedora. La narró la soprano Anja Kampe haciendo bonita una parte que demanda musicalidad y claridad. Le dio la réplica el tenor Robert Dean Smith con nobleza, resistencia y madurez, intencionada expresión, a veces ligeramente tirante en el registro agudo, pero afirmado en el papel.
Sarah Connolly interpretó a Brangäne con una expresión muy perfilada y encanto. Stephen Gadd resolvió con solvencia las partes de Kurnewaly de Melot. Y quedó sin escuchar el monólogo del Rey Marke por enfermedad de Lászlo Polgár.
Vladimir Jurowski dirigió la London Philharmonic Orchestra, acompañando, revistiendo el drama de interesantes oleadas, yendo a más y, en varias ocasiones, alcanzando una ansiedad contagiosa. Crecerse en esta parte compleja y sicológicamente ondulante significa ir encontrando una sonoridad compacta, superpuesta y embaucadora. Jurowski lo hizo, aunque siempre manteniendo el control, al lado de una orquesta que en sus últimas actuaciones madrileñas no ha sido capaz de desarrollar el cálido sonido de otros grandes momentos. Pero hubo emoción, no hay duda, imponiéndose la lógica de la noche, desde el equilibrado expresionismo con el que se interpretó el «Adagio» de la décima sinfonía de Mahler que abrió el programa hasta la más sentida cercanía de una obra verdaderamente milagrosa.