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La Fed se pone aspas de oro

A Ben Bernanke le llaman «Helicóptero Ben» desde que en un discurso pronunciado en 2002, cuando ya era miembro de la Reserva Federal pero no aún su presidente, parafraseó en un discurso a Milton Friedman y a su más célebre parábola: que para acabar con la amenaza de deflación basta con arrojar muchos billetes desde un helicóptero. Lo que entonces fue un homenaje a las enseñanzas de la política monetarista, y a cómo estas pudieron evitar o paliar la Gran Depresión, se convierte ahora en nuevo y audaz evangelio de la Reserva Federal. Bernanke «amenaza» con ponerle aspas de oro al helicóptero y convertir al banco central americano en el gran alquimista monetario. Ya se plantea incluso emitir deuda.

¿Qué ha pasado aquí? Pero si Bernanke era un hombre tranquilo y muy compenetrado con su predecesor, Alan Greespan. Bernanke no llegó a la presidencia de la Fed arrojando sus zapatos a la cara de Greenspan sino todo lo contrario, calzándose con emoción los del «Maestro», cuyas políticas prometió respetar y mantener. Eso incluía dejar hacer al mercado y que el banco central no perdiera la cabeza simplemente porque subieran mucho los precios y «pareciera» que había una burbuja. La Fed tiene otras tareas, tales como combatir la inflación.

Hay un antes y un después de la caída de Lehman Brothers. Se produce ahí un cambio radical de paradigma que sacude los cimientos del libre mercado. Desde entonces la Fed ya no se limita a bajar los tipos: ha nacionalizado deuda enferma hasta el punto de engordar su balance de 900.000 millones de dólares a casi 3.000 millones en poco más de un año. Se ha dado dinero a todo aquel que tenía el más mínimo colateral.

También a aquel que no lo tenía. Bernanke ha pedido imaginación y no descarta nada, por heterodoxo que sea. Ya lo advirtieron en el último comunicado de la Fed: están dispuestos a «utilizar todas las herramientas disponibles para promover la reanudación del crecimiento sostenible».

Eso incluye seguir comprando deuda pública y semipública y, por qué no, emitir deuda propia. Algo que, por ahora, no permite la ley (la potestad es exclusiva del Tesoro) pero que ya es objeto de discretos sondeos en el Congreso.

Dotar a la Fed de un nuevo instrumento para imprimir dinero nuevo entroncaría de nuevo con aquel mítico discurso de Bernanke bajo las aspas de Friedman. Ahí es donde «Helicóptero Ben» conjuga la tradición monetarista y la neokeynesiana: su idea es que la expansión monetaria es el necesario paso previo a la ambiciosa recapitalización del sistema que Barack Obama planea, y que entre inversión pública directa y exenciones fiscales podría ser del orden de los 700 millones de dólares. El presidente Hoover ya jugó la carta de la expansión monetaria como paso previo al New Deal de Roosevelt.

No habría habido Gran Depresión sin crisis bancaria y del crédito, es decir, sin crisis de oferta monetaria, advirtió Freeman. Bernanke no sólo le da la razón sino que incluso le ha pedido perdón, generacionalmente y en público, por ello. Siguiendo con las parábolas, si bastaría «descubrir» la manera de «fabricar» oro para que bajara el precio de este en todo el mundo, sin necesidad ni de llegar a fabricarlo, poseer una máquina ilimitada de «fabricar» dólares también debería bastar para desatascar el carro del barro, sin necesidad de llegar a hundirse físicamente en la inflación.

¿Que Bernanke se la juega? Muchísimo. No hay garantías de que esta Fed sorprendentemente recauchutada logre su objetivo y no tenga que ponerse dentro de muy poco a destruir el mismo dinero que ahora crea. Pero la noticia del descenso del 1,7% de los precios al consumo, la mayor caída en medio siglo, da impulso a las aspas del helicóptero. Si alguna vez en la vida hay que trabajar de espaldas a la inflación -fijada en el 1,1%-, es ahora o nunca.

Cuentan que Bernanke tiene en su despacho, siempre a la vista, estas palabras de Abraham Lincoln: «Si yo tratara sólo de leer, no digamos ya de responder, todos los ataques que se me dirigen, no podría atender ningún otro negocio. Lo hago todo lo bien que sé y que puedo; y así pienso seguir haciéndolo hasta el final. Si me sale bien, lo que se haya dicho contra mí no importará. Tampoco importará que diez ángeles juren que yo tenía razón, si me sale mal»

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