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Guantánamo y el mal menor

GUANTÁNAMO, metáfora lacerante de la iniquidad y de la ignominia. Sin ningún género de dudas. Pero recordatorio también de las limitaciones a las que se enfrenta un sistema político y un orden jurídico de garantías construidos para relacionarse con otros estados, o para librar guerras ... contra ejércitos regulares. Ya no hay tales guerras, y algunos estados caen como moscas. O se encuentran al borde del abismo. Guantánamo debe ser clausurado sin demora, como ha prometido Barack Obama. Es una vergüenza que interpela no sólo a Estados Unidos, sino a la civilización toda, en cuyo nombre se perpetra semejante barbaridad. La decisión, impostergable en nombre del Derecho y de la decencia, provoca sin embargo problemas legales de difícil solución, desde los estrictos postulados de una democracia liberal tal como hoy la concebimos. Hace cuatro años, Michael Ignatieff, el brillante periodista, profesor y ensayista devenido ahora en líder del principal partido de la oposición en Canadá, planteaba a las democracias civilizadas un provocador dilema ético-jurídico en su libro El mal menor. Ética en una época de terror. Sus tesis sobrevuelan el debate suscitado estas semanas en Estados Unidos en torno a las consecuencias del cierre de Guantánamo.

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